Vindicación del humanismo
Vindicación del
humanismo
Las palabras
revolución, patria, socialismo, liberación y comunismo, han tenido en la
cultura de la izquierda un componente de abstracción, otro de mito y, en todo
caso, una fuerte autonomía que las alejaba paradójicamente de la comprensión
consecuente de su finalidad: la emancipación de los seres humanos.
La asunción de
los grandes objetivos ha tenido siempre una dosis elevada de politicismo,
frente al que el humanismo aparecía como una idea o sentimiento débil, más
propio de opciones místicas. El humanismo como filosofía era, además, un cierto
estorbo para el marxismo militante que no debía reparar en medios con tal de
alcanzar los fines. Sin embargo, el idealismo, el riesgo y la abnegación, han
sido parte de una cultura de la izquierda conectada con la misión
revolucionaria. Esta disociación no fue resuelta por voces mediáticas como
pueblo y clase obrera, pues no llegaban al fondo del asunto, por más que fueran
un avance lingüístico del concepto masas --cuyo carácter instrumental apenas
puede disimularse.
Pero lo cierto
es que la primera y última preguntas y la primera y última respuestas de toda
acción radical sólo pueden tener como referencia la lucha por la felicidad
humana. Esta cuestión tan elemental y a la vez tan poco explorada plantea no
pocos problemas y tortuosas dudas acerca de fines y medios, como si puede ser
bueno o deseable todo cuanto pueda lograrse mediante la lucha, y todo cuanto se
proponga como necesario.
Allí donde el
ultrapoliticismo reinaba, la eficacia se levantaba como lo auténticamente real
(correcto), de modo que cada hombre o mujer de izquierda era principalmente un
medio, un instrumento disuelto en lo colectivo --lo verdaderamente importante.
Esto llevó a que en el interior de muchos partidos se diera una especie de
moral revolucionaria que vigilaba los comportamientos que pudieran lesionar a
la disponibilidad militante.
Frente a este
enfoque que se sintetiza en "la sociedad lo es todo, la revolución lo es
todo, el partido lo es todo", hacen falta nuevos movimientos atentos a
todas las dimensiones que conciernen a la vida humana, en sus aspectos
individual y colectivo. Es la reivindicación del individuo libertario y de una
nueva concepción de lo colectivo; simbiosis que requiere una revisión. Decía
Martín Buber: "El afán por lo justo no puede realizarse en el individuo,
sino sólo en la comunidad humana". Pero la dimensión colectiva
no puede nunca ahogar las diferentes individualidades que la componen. La
individualidad autónoma, consciente, capaz de ser diferente y de elegir por sí
misma a diferentes niveles y por diferentes caminos, es condición necesaria
para una sociedad libre no domesticada.
Ligar marxismo
con ateísmo es una aspiración absurda con pretensiones salvíficas. El humanismo
revolucionario propone un nuevo lugar para la moral.
El humanismo
radical se rebela contra el destino fatal de lo históricamente
necesario, que ha sido fuente de esquematismos y hacía de las personas
meros miembros de organismos depositarios más o menos clónicos de ideales
generales y normas de conducta establecidas, revolucionariamente correctas. No
debe haber ninguna misión sagrada, ningún mandato redentor que gobierne
nuestros actos fuera de nuestra voluntad. Somos nosotros mismos los que
decidimos lo deseable, la bondad de la sociedad por la que luchamos. A tal
punto, que la posibilidad de alcanzarla realmente --en nuestras vidas-- se
vuelve secundario frente a la importancia del impulso de luchar por ella. A
este respecto podemos decir:
"Que lo
que llamamos socialismo no es producto necesario, sino posible, y que nada ni
nadie nos garantiza un final feliz que, durante mucho tiempo y por virtud de
una interpretación cientifista, nos prometían fatales leyes del movimiento de
la historia". "Que la posibilidad del socialismo exige de la praxis humana,
de lo contrario pasaría de la causalidad a la casualidad".
"Que el
problema de ganar a la mayoría para semejante objetivo, sobrepasa con mucho las
cuestiones de estrategia política". "Que la praxis emancipadora
plantea un paso del ser al deber ser que precisa de una
posición ética, ajena a toda moral petrificada en códigos". "Que esto
exige de los grupos y partidos de izquierda una crítica radical a la
civilización occidental que va mucho más lejos de la crítica económica; y que
la propuesta alternativa es multilateral y no se centra particularmente en la
cuestión de la propiedad".
Es útil señalar
que la discusión sobre la posibilidad no es marxista de Marx.
Pero aun cuando no está demostrada la inevitabilidad de la revolución, tampoco
su imposibilidad. El humanismo revolucionario propone poner patas arriba
algunas concepciones clásicas de la izquierda. El comunismo deja de ser el
reino de la libertad y el fin de las contradicciones. Es imposible como sistema
y como categoría que pone fin a la historia, y supone que la humanidad ha
vencido por fin a la naturaleza y a sí misma. Es más interesante contemplarlo
como una inspiración en favor de la mayor igualdad, de un nuevo mundo, de una
justicia en constante perfección, todo lo cual conecta con los sufrimientos de
los vencidos en la versión del gran Walter Benjamin.
Del mismo modo,
el humanismo revolucionario propone acercarse al fenómeno religioso para ver en
él una obra humana. No hay respuesta teórica al hecho religioso. El desarrollo
de las fuerzas productivas no puede poner fin a las alienaciones religiosas. El
dolor, la soledad, la vejez y la muerte, no son simples episodios; son
inherentes a la condición humana y móviles espirituales. La pretensión del
marxismo vulgar de acabar con la religión, no es sino una
demostración de economicismo y de falta de investigación de las ideologías
populares. Y, sin embargo, también podemos añadir que: el ser humano no es de
ninguna manera, es en su proceso de vida real, lo que quiere
decir que puede afrontar el hecho religioso de manera cambiante y puede
emanciparse desde él o sin él.
Ligar marxismo
con ateísmo es una aspiración absurda con pretensiones salvíficas. El humanismo
revolucionario propone un nuevo lugar para la moral. Esta no es un subproducto
de la lucha de clases y del movimiento de la historia. El socialismo como meta
tiene mucho más que ver con la moral que con la ciencia, en realidad la ciencia
no tiene nada que decir pues se mueve en otro ámbito. La idea de que la
moral debe acompañar al mandato histórico de las contradicciones
en el capitalismo era propia de quienes creían que el desenlace de la
revolución se jugaba principalmente en el campo de lo económico. Pero no hay
una ley por encima de la voluntad humana, por más que ésta se vincule a la
realidad exterior en que vive. "El hombre es la raíz del hombre",
como magníficamente decía el joven Marx.
El humanismo
expresado como crítica y construcción sólo puede desarrollarse desde la
radicalidad e inflexibilidad frente a toda opresión. Es una tensión permanente
en favor de la igualdad, de la libertad, del feminismo, de la ecología... En el
núcleo humanista late el deseo de felicidad; toda la lucha revolucionaria busca
el fin de la infelicidad en la esfera de lo posible.
Esta visión
amplia significa un pensamiento y una acción que afronten críticamente el
Estado y las prácticas políticas predominantes en occidente, la dualización de
la sociedad y la explotación, las relaciones entre las personas y entre los
sexos, el insensato uso de los recursos naturales, la gran ciudad actual --como
síntesis superior de la civilización occidental--, el trabajo, el empleo del
tiempo y el ocio, el sistema mundial y la división norte-sur, los medios de
comunicación, la humillación de algunos grupos étnicos...
Humanizar la
sociedad deshumanizada, humanizar la política, humanizar la violencia obligada
de los oprimidos. Esto invita a una revisión de los conceptos clásicos
anticapitalistas que reducían el problema a la propiedad de los medios de
producción. Son numerosos los hilos de reflexión que se pueden escoger: el
crecimiento selectivo, la decisión democrática sobre qué producir, el trabajo
como satisfacción, nuevas pautas del consumo, la democracia genuina de los
consumidores, una educación orientada al conocimiento y a la espiritualidad, el
ingreso anual garantizado, el fin del militarismo, el rescate democrático de la
política, la sociedad participante, la sustitución de la burocracia por una
administración humanista, la tendencia a la igualdad universal...
La praxis humana
exige la utopía, no contemplada como diseño de la sociedad futura (resulta
difícil pensar una sociedad física), ni como perfección, ni como armonía, ni
como verdad universalizable (siguiendo la crítica de Isaiah Berlin), sino como
rechazo de lo existente, imaginación, sueño humano e impulso. No pensamos en
una utopía normativizadora, sino que pensamos en ella como tensión
humana, como deseo de ruptura. Pero, además, ¿no puede decirse que
una meta utópica es más realista que el "realismo" de los ideólogos
neoliberales?
En cierto modo
la izquierda tiene un destino utópico. Pero no porque confiemos necesariamente
en el futuro, ni en las virtudes de la especie humana, sino porque la utopía
como inconformidad con lo que existe y como esperanza de lo nuevo es la
conveniencia de creer en algo mejor; lo nuestro es la incertidumbre. Nuestra
sustancia moral, nuestro sentido subversivo, nuestro romanticismo radical, no
son sentimientos ajenos a la utopía. O dicho de otro modo, no hacemos lo que
hacemos sólo por quedar bien con nosotros mismos; lo hacemos asimismo porque
aspiramos a un cambio profundo.
La actual
civilización occidental y el progreso, bajo la hegemonía del neoliberalismo,
extienden el individualismo alienante y la soledad (vivimos una gran soledad en
compañía), la angustia, el afán de acumulación, la insatisfacción espiritual,
la frustración profesional, las relaciones contaminadas por el interés
particular, etc. El humanismo revolucionario es la rebelión a esta
civilización, no porque sepa que puede triunfar sino porque es la causa de los
vencidos de hoy.
Finalmente, el
humanismo como universalidad de valores, como moral de morales; reconocimiemnto
de la humanidad ajena desde la humanidad propia. Universalidad que no quiere
decir homogeneidad frente al pluralismo --una cultura frente a muchas
culturas--, sino que es el denominador común de cuanto significa derechos
humanos, igualdad, justicia, libertad... Hay un derecho moral a la diferencia,
pero no una diferencia de derechos morales, nos dice el filósofo Fernando Savater;
lo que consiste en la aspiración de extender la solidaridad, de proteger
determinados derechos. Concebir el mundo como el lugar de una suerte común del
género humano, e indignarse por las injusticias de todas partes; vivir el
destino de lo más lejano con la intensidad de lo cercano. Universalismo como
nueva cultura civilizatoria en diálogo permanente, el bosquejo fundacional de
una nueva realidad humana.
Pero parece de
interés insistir un poco más en la cuestión moral, ahora en relación con el
marxismo.
Iosu Perales (Tolosa, diciembre 1946). Politólogo
especialista en Relaciones Internacionales y en materias de Cooperación al
Desarrollo. Vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en
iniciativas y foros alternativos. Participó en los Comités de Solidaridad
Internacionalista. Ha ejercido el periodismo durante bastantes años. Sus
primeras obras de ensayo y divulgación están vinculadas a su propia experiencia
en América Central en los años ochenta.
Ha publicado numerosos artículos de opinión en
prensa escrita y revistas digitales, y es autor de varios libros, entre ellos
Guatemala insurrecta (1990), El perfume de Palestina (2002), Los buenos años:
Nicaragua en la memoria (2005) Los Años de Plomo en El Salvador, 1981-1992
(2009) y Algo he visto del mundo. Crónicas viajeras (2013), En el género de
narrativa es autor de Adiós Managua: El rey del mambo (1990) Viento del Norte
(1993) y Buenos días La Habana (2000).
http://www.robertexto.com/archivo/nueva_idea_socia.htm
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