Del Colectivismo a la Solidaridad
La solidaridad,
la ayuda mutua, lo asociativo, la acción colectiva, la comunidad de bienes, son
valores propios de la izquierda (la derecha ha predicado siempre que se trata
de valores que anulan al individuo y son de signo totalitario). La izquierda ha
practicado en mayor o menor medida esos valores que seguimos considerando una
propuesta emancipatoria de extraordinaria importancia para el presente y el
futuro.
El valor de lo
colectivo ha sufrido con frecuencia un descrédito cuando la izquierda ha
ejercido el colectivismo como dogma, forzando a la gente a asociarse. Hay sin
duda una diferencia y no sólo de lenguaje entre la vida colectiva voluntaria y
el colectivismo entendido como una estrategia económica, social y política,
impuesta por la izquierda en el gobierno o fuera de él.
En el llamado
socialismo real se empujó al campesinado a organizarse colectivamente para
acceder a la tierra. En los primeros años de la revolución sandinista se primó
el colectivismo en el campo mediante la concesión de tierras y créditos a las
cooperativas, estableciendo muchas dificultades para quienes aspiraban a ambas
cosas de manera individual. A mediados de la década de los ochenta, los
sandinistas rectificaron pues se dieron cuenta que el colectivismo impuesto se
volvía en contra de la revolución.
Pero si el
colectivismo forzoso hace un flaco favor a lo comunitario, en el otro lado el
neoliberalismo ataca también a lo colectivo tachándolo de totalitario y trata
de destruir todo asociacionismo popular y las redes de solidaridad. De modo que
ambas cosas son igualmente negativas.
Durante la
guerra en El Salvador y Guatemala, la izquierda practicó junto con valores
asociativos positivos otros, que si bien fueron tal vez necesarios hoy
constituyen un lastre: la dependencia de una estructura jerárquica; el tutelaje
del partido y de los mandos sobre el conjunto de combatientes. Las guerrillas
desarrollaron una forma de colectivismo forzado por la guerra y por su
inclinación a concentrar las decisiones en pocas personas por resultar más
eficaz. Años de guerra han generado una cultura en la que lo individual, la
iniciativa propia, la responsabilidad de cada militante, no se han desarrollado
como debieran.
Hoy se plantea
la necesidad de combinar equilibradamente los valores comunitarios y la
individualidad en todos los planos de la vida. La solidaridad como valor para
una nueva cultura, para una nueva sociedad y, al mismo tiempo, la responsabilidad
de cada militante de la izquierda de asumir su vida privada y pública. Combinar
la responsabilidad de cada cual en la vida partidaria, sin diluir
responsabilidades y, a la vez, seguir cuidando la vida de conjunto, la
reflexión socializada, la acción común y el apoyo mutuo.
Así, pues, es
bueno luchar contra la idea de papá-partido del que hay que esperar respuestas
y soluciones a cuestiones que atañen a la iniciativa de cada cual. No se trata
desde luego de alimentar el individualismo, sino el crecimiento de lo
individual, que son cosas distintas. Lo colectivo crece a su vez y se enriquece
en la medida en que cada persona desarrolla sus propias capacidades, su derecho
a equivocarse.
Pero
reivindicar la individualidad, tan descuidada en la historia de la izquierda,
no quiere decir que "cada cual se las arregle como pueda" o el
"hago lo que me da la gana". Luchar contra la tentación que puedan
tener algunas gentes de vivir subsidiados y bajo la protección partidaria, no
debe suponer abandonar la responsabilidad que los partidos de izquierda tienen
contraída con tanta gente que lo ha dado todo por la lucha revolucionaria.
Por
consiguiente, la cuestión es ir ganando conciencia acerca de las
responsabilidades personales y al mismo tiempo acompañar a la gente que la pasa
peor, que más necesidades tiene, y apoyarla en su deseo de mejorar sus
condiciones de vida. Se trata de una tarea que requiere tiempo y un enfoque muy
humanista del problema, huyendo de esquematismos. Hay que ser conscientes de
que en el interior de las izquierdas quienes más fácilmente pueden comprender
la necesidad de romper con tutelas y subsidios partidarios son las personas que
tienen más recursos; pero ésta no es la situación de la mayoría de militantes.
La relación
entre lo colectivo y lo individual plantea también, de fondo, el asunto de vida
pública y vida privada. Ciertamente, la fiscalización, el control de la vida
privada, no sólo lesiona gravemente el derecho de las personas a vivir según su
conciencia; además, constituye una visión errónea de la sociedad que queremos.
A fin de cuentas, luchamos por la felicidad de la gente y esto es algo
inherente a la más amplia libertad de las personas. Pero esto debe conjugarse
con otro criterio igualmente básico: la vida privada no debe constituir el
espacio para una doble vida, para una doble moral, para el engaño. Si la vida
privada es la negación de lo que se defiende en público; si uno defiende los
derechos de las mujeres en sus discursos y en casa es un señor feudal; si uno
dice luchar por una sociedad mejor, más humana, más igualitaria y practica el
egoísmo económico en su vida privada, la insolidaridad, etc; si hay en fin una
doble moral, el problema ya no es de colisión entre vida pública y privada,
perfectamente compatibles, sino de corrupción personal.
Todo esto es
importante contemplar cuando se discute la cuestión de lo colectivo y la
individualidad, valores ambos muy necesarios que se oponen al colectivismo
dogmático y al individualismo insolidario.
Iosu Perales (Tolosa, diciembre 1946). Politólogo
especialista en Relaciones Internacionales y en materias de Cooperación al
Desarrollo. Vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en
iniciativas y foros alternativos. Participó en los Comités de Solidaridad
Internacionalista. Ha ejercido el periodismo durante bastantes años. Sus
primeras obras de ensayo y divulgación están vinculadas a su propia experiencia
en América Central en los años ochenta.
Ha publicado numerosos artículos de opinión en
prensa escrita y revistas digitales, y es autor de varios libros, entre ellos
Guatemala insurrecta (1990), El perfume de Palestina (2002), Los buenos años:
Nicaragua en la memoria (2005) Los Años de Plomo en El Salvador, 1981-1992
(2009) y Algo he visto del mundo. Crónicas viajeras (2013), En el género de
narrativa es autor de Adiós Managua: El rey del mambo (1990) Viento del Norte
(1993) y Buenos días La Habana (2000).
http://www.robertexto.com/archivo/nueva_idea_socia.htm
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