Optimismo Infundado del Marxismo
Que el futuro
está abierto quiere decir que no es posible capturarlo como pensaba el marxismo
más extendido. Haciendo analogía con el paso del feudalismo al capitalismo,
teóricos e ideólogos marxistas consideraban una ley histórica el paso del
capitalismo al socialismo. Se había extendido en la izquierda un optimismo
injustificado.
El hilo
conductor de la historia, las fuerzas productivas, aseguraba una línea
ascendente y señalaba al futuro como un aliado de la emancipación social. Esta
concepción aseguraba que el desarrollo acelerado del capitalismo nos acercaba a
su fin; que el progreso tecnológico era necesariamente un hecho favorable y que
la extensión de la clase obrera lo convertía en una fuerza liberadora. El
enfoque predictivo otorgaba una seguridad intelectual y al mismo tiempo
sectarismo; contenía una idea unilateral e ingenua del discurrir de la historia
en un solo sentido posible.
Ese marxismo
suminitró a millones de personas una fe, una conciencia de superioridad en
relación con las fuerzas contrarias o competidoras dentro del movimiento
obrero. Sirvió para diferenciar el propio campo de los partidos comunistas y
alimentar la unidad interna, reforzando un sentido de pertenencia.
Pero una
ideología que vive de predecir el triunfo final depende del éxito de sus
predicciones. La izquierda esperaba en occidente, desde hace un siglo, una
revolución que no ha llegado; la clase obrera que emergió en el siglo pasado
como la gran fuerza social revolucionaria, no parece haber estado a la altura
de aquellas esperanzas; el sistema capitalista no ha sido derrotado como
consecuencia de sus propias contradicciones, al menos todavía; los estados de
Europa del este que proclamaron ser la encarnación de los ideales marxistas han
resultado ser poco atractivos, han sido represivos, antidemocráticos y poco
eficaces. Como consecuencia de todo ello, el socialismo sufre un serio revés,
queda desprestigiado ante la gente corriente y aun entre los sectores
interesados en una alternativa al capitalismo, y se debilita como paradigma.
La corriente
llamada científica, que se popularizó con la revolución soviética, subestimó la
cuestión moral y la situó como un simple subproducto de la lucha de clases. La
voluntad humana sólo debía dejarse llevar por el río hegeliano de la historia
que avanza en el único sentido posible. El socialismo parecía una meta segura.
A finales del
siglo XX, la vigencia del socialismo descansa principalmente en otros
principios y valores: es deseable y necesario. El fundamento
de nuestra aspiración socialista es primero de orden moral porque se apoya en
la voluntad de acabar con la injusticia y la desigualdad, en el odio a toda
forma de opresión. La investigación científica puede ayudar a la voluntad a
encontrar la forma de alcanzar sus propósitos, pero no puede decidir sus fines.
La política es el medio del que nos valemos para alcanzar nuestro propósito. La
lucha por el socialismo necesita de un cuadro de valores que inspiren la
crítica de lo existente y la acción por transformar la realidad.
La vida del
socialismo adquiere ahora, a diferencia del pasado, una nueva dimensión más
abierta y por ello más difícil de admitir. Veamos lo que dice la socióloga
británica Rosemary Crompton. "La ausencia de políticas revolucionarias de
la clase obrera refleja que no existe correspondencia necesaria entre la
economía y la política; es decir, entre la situación económica de la clase y la
acción política".
"No existe
una relación privilegiada o necesaria entre la clase y obrera y el socialismo,
por lo que el movimiento socialista puede constituirse de forma independiente
de la clase, aunque con la clase". "El socialismo entraña metas
humanas universales que transcienden el carácter estricto de los intereses
materiales de clase, por lo que puede dirigirse a un público más amplio".
Estas tres
puntualizaciones de Crompton significan un cambio profundo que supera la
idealización de la clase obrera y una lectura sectaria del proyecto socialista.
Iosu Perales (Tolosa, diciembre 1946). Politólogo especialista en
Relaciones Internacionales y en materias de Cooperación al Desarrollo.
Vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en iniciativas y
foros alternativos. Participó en los Comités de Solidaridad Internacionalista.
Ha ejercido el periodismo durante bastantes años. Sus primeras obras de ensayo
y divulgación están vinculadas a su propia experiencia en América Central en
los años ochenta.
Ha publicado numerosos artículos de opinión en prensa escrita y revistas
digitales, y es autor de varios libros, entre ellos Guatemala insurrecta
(1990), El perfume de Palestina (2002), Los buenos años: Nicaragua en la
memoria (2005) Los Años de Plomo en El Salvador, 1981-1992 (2009) y Algo he
visto del mundo. Crónicas viajeras (2013), En el género de narrativa es autor
de Adiós Managua: El rey del mambo (1990) Viento del Norte (1993) y Buenos días
La Habana (2000).
http://www.robertexto.com/archivo/nueva_idea_socia.htm
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