El Futuro Que Ignoramos




No se trata de diseñar el socialismo como un arquitecto diseña un edificio al detalle. La experiencia de los procesos revolucionarios en distintas partes del mundo y, en particular, el fracaso de los regímenes de Europa oriental desaconseja las pretensiones, muy frecuentes en la cultura de la izquierda, de elaborar una formulación teórica, anticipada y de bastante detalle del socialismo. Es bueno imaginar la sociedad deseable, sobre todo porque ayuda a desarrollar el sentido de la crítica a lo que ya existe. Pero si no se tiene conciencia de las profundas limitaciones de ese ejercicio imaginativo, si terminamos creyendo que es posible tener un modelo pormenorizado de la sociedad del futuro, y además pretendemos basarla en fundamentos de orden científico, nos encerraremos en un mundo teórico, abstracto, nada comprobado, que nos suministrará la ilusión de poseer la sociedad ideal. ¿Quién se atrevería hoy a definir cómo tiene que ser la economía en el socialismo, más allá de algunos criterios? La planificación burocrática ha fracasado; la planificación democrática no la conocemos; tampoco sabemos si una organización económica no capitalista puede resolver las tendencias gobernadas por el deseo ilimitado de beneficio particular, algo tan arraigado en los seres humanos y que explica el éxito del capitalismo.

la ausencia de propiedad privada no resuelve por sí sola todos los problemas. Tampoco es suficiente con expropiar y nacionalizar; ya que tales medidas no implican por sí mismas un control colectivo, democrático, ni una gestión con fines igualitarios.

Es más acertado plantear la cuestión de la sociedad futura admitiendo que es mucho lo que no sabemos ni podemos saber anticipadamente acerca de ella. Se trata de señalar trazos en lugar del dibujo perfecto, puntos de referencia hacia los cuales interesaría tender. Podemos ir definiendo los materiales para construir el edificio, aun cuando no podamos diseñarlo de una manera acabada. De todo ello pueden surgir alternativas de alcance medio, lo cual no es poca cosa.

Por ejemplo, podemos propugnar un máximo de igualdad social, pero ignoramos por completo cuánta igualdad podrá realizarse en la mejor de las hipótesis. Lo mismo puede decirse de otras aspiraciones. Si tratáramos de definir minuciosamente los objetivos, nos colocaríamos en una posición errada; lo probable es que terminaran revelándose de otro modo. Afortunadamente, el movimiento de la historia es lo suficientemente rico como para hacer variar cualquier hipótesis que pretenda conducir su curso.

El socialismo es una alternativa al capitalismo. Pero para que sea humano y de este mundo necesita deshacerse del mito de la propiedad. Frente al viejo socialismo que quiso hallar un foco universal de los males de la sociedad capitalista (y creyó encontrarlo en la propiedad privada), preferimos una visión apoyada en la crítica multilateral a la civilización actual, no sólo en su vertiente económica.

En este mismo sentido, es reveladora la reflexión de la sandinista Mónica Baltodano: "En la Nicaragua sandinista se llevaron a cabo radicales transformaciones económicas y políticas. En un país esencialmente agrario, haber democratizado la propiedad rural, entregando a los agentes del cambio la mitad de la tierra cultivable del país, no era poca cosa. Sin embargo, ello no pudo evitar que la conciencia del campesino, del ciudadano rural, siguiera empeñada por las cadenas del pasado. El universo subjetivo, el espacio de los valores, el mundo de la cultura, continuó pagando el tributo de los esclavos: la sumisión y la dependencia del pasado. Ello se puso en evidencia en los reveses electorales del sandinismo en los años 90 y 96".

Tradicionalmente en la izquierda, la propiedad privada ha constituido el núcleo de la crítica al capitalismo. Hoy sabemos que la ausencia de propiedad privada no resuelve por sí sola todos los problemas. Tampoco es suficiente con expropiar y nacionalizar; ya que tales medidas no implican por sí mismas un control colectivo, democrático, ni una gestión con fines igualitarios. Sin embargo, como acertadamente sugiere el pensador español Eugenio del Río, "no debemos abandonar la vieja inspiración socialista de la propiedad social de los medios de producción", aun cuando se hace necesaria una reflexión ajena a todo dogmatismo, que recoja las experiencias habidas y nos permita vislumbrar algunos criterios. Pero la propiedad social, precisamente, supone también propiedad privada en distintas formas.

El planteamiento que hacía de la propiedad el foco del cambio social conectaba con la importancia central que dio el marxismo a la economía como factor de arrastre fundamental para el cambio de la sociedad, dándole una dimensión economicista y de idealismo.

El libre mercado ha sido y es la base de un sistema económico explotador. Pero no sabemos si se podrá prescindir del mercado, al menos durante largo tiempo, en la construcción de una sociedad diferente. De la experiencia de algunos países sabemos que una economía estatizada no es eficaz y fuente de democracia. Pero aun cuando tenemos estas dos críticas, no sabemos lo suficiente para definir un modelo superior de organización de la economía. Consideramos útil, en todo caso, estos tres criterios del propio Eugenio del Río, tanto en el orden de las ideas como para la implementación de experiencias económicas de signo popular: democracia en los métodos, en la organización; tendencialmente igualitaria en la distribución; y de resultados eficaces en su funcionamiento.

La experimentación nos podrá dar respuestas a las interrogantes y nos propondrá nuevas dificultades sobre las que habremos de reflexionar. En todo caso sí podemos afirmar que las necesidades de las grandes mayorías son incompatibles con el imperio de las multinacionales y del capital financiero.
En el capitalismo no hay solución para las mayorías. Otra cosa es lo que plantea el siguiente problema: ¿Qué espíritu fuerte puede oponerse al motor económico del capitalismo? Hacer dinero, hacer negocios, es algo que en cinco siglos ha ido destruyendo a la humanidad y a la vez ha resultado muy eficaz. ¿Puede ser la solidaridad --la distribución justa-- un motor económico en una nueva sociedad?

El problema del mercado es complejo. Si escogemos el mercado de los consumidores, y proclamamos el derecho y la libertad de la gente a adquirir los productos que más le interesan, en contra de un consumo dirigido por el Estado, parece obvio que ello determinaría el qué y el cuánto se produce. ¿Este mercado de los consumidores puede ser compatible con un sistema no movido por los principios capitalistas? En ese caso, ¿quién decidiría los precios? Una alternativa podría ser la combinación de la oferta y la demanda con la intervención reguladora del Estado. Sin embargo, ¿no lesionaría el intervencionismo estatal la llegada de productos al mercado?

Por otra parte, el mercado es también el mercado de la fuerza de trabajo. Este mercado de oferta y demanda de fuerza de trabajo es central en el capitalismo, y da lugar a la plusvalía, es decir, a la apropiación sistemática del excedente por parte de la propiedad de los medios de producción. En este hecho se basa la teoría de Marx sobre la explotación. ¿Este mercado de trabajo es compatible con la emancipación social? ¿Hay que revisar la concepción de Marx? Desde luego Marx hizo de la propiedad privada concentrada en una sola clase el reo institucional, el gran acusado, pero hemos visto cómo en sociedades donde la propiedad pasa a título del Estado también se da el hecho de la explotación. Habría entonces que preguntarse lo siguiente: ¿Qué características e instituciones de una economía son esenciales para dar sentido a una concepción de la explotación en la entrada del siglo XXI? ¿Podemos pensar en una teoría de la explotación suficientemente general como para permitir incluso una definición en el caso de variables institucionales?

Al hablar del mercado nuevamente surge ante nosotros el problema de la propiedad, ahora desde un punto de vista del período en que nos encontramos. El analista y sociólogo nicaragüense Orlando Nuñez advierte que la propiedad era el demonio de la izquierda, para indicar que la revolución sandinista ayudó, paradójicamente, a propietarizar la sociedad de Nicaragua, dando a amplios sectores populares, campesinos y urbanos, la posibilidad de hacerse con el control de medios de producción. Nuñez reflexiona sobre la necesidad de superar la vieja dicotomía que hacía creer que la propiedad o bien era negativa o bien tenía que pasar al Estado. Abunda la idea de que si la propiedad es buena para el campesinado, bien sea en forma cooperativa, autogestionada o individual, lo es también para los obreros industriales.

Ciertamente, desde la izquierda se ha de hacer un esfuerzo por diferenciar la propiedad concentrada de terratenientes, monopolios y grandes empresarios, de la propiedad del pueblo, que es mucho más legítima, si es que se puede hablar de gradación.

En este sentido, se abre una línea de debate muy interesante en cuanto a la oportunidad de impulsar la propiedad popular, social, en el escenario del neoliberalismo. La cuestión sería entonces combinar la resistencia al neoliberalismo en todos los planos posibles y, al mismo tiempo, alentar el acceso a la propiedad de sectores del pueblo, campesinos y obreros, que en formas asociativas --vía más adecuada para competir en un escenario económico y de mercado hostil-- pueden ir construyendo nuevos agentes sociales con capacidad productiva para un futuro de gobierno de la izquierda.

Así, pues, consideramos necesario revisar la función de la propiedad. Y junto a ello debemos y podemos señalar aquellas líneas de transformación económica que apuntan en una buena dirección y pueden constituir aspectos del tránsito necesario hacia una sociedad alternativa. Una economía mixta que ponga el acento en la orientación social del mercado, en el adelgazamiento de la gran propiedad privada, y el crecimiento de la propiedad social en sus diferentes formas asociativas, individuales y estatales.

Pero ya decíamos que el socialismo no puede limitarse a un mejor reparto de los recursos y la riqueza. Antes que nada debe erigirse en alegato humanista, en proyecto multilateral.

Iosu Perales (Tolosa, diciembre 1946). Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y en materias de Cooperación al Desarrollo. Vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en iniciativas y foros alternativos. Participó en los Comités de Solidaridad Internacionalista. Ha ejercido el periodismo durante bastantes años. Sus primeras obras de ensayo y divulgación están vinculadas a su propia experiencia en América Central en los años ochenta.

Ha publicado numerosos artículos de opinión en prensa escrita y revistas digitales, y es autor de varios libros, entre ellos Guatemala insurrecta (1990), El perfume de Palestina (2002), Los buenos años: Nicaragua en la memoria (2005) Los Años de Plomo en El Salvador, 1981-1992 (2009) y Algo he visto del mundo. Crónicas viajeras (2013), En el género de narrativa es autor de Adiós Managua: El rey del mambo (1990) Viento del Norte (1993) y Buenos días La Habana (2000).

http://www.robertexto.com/archivo/nueva_idea_socia.htm

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