La Moral y el Marxismo
Resulta
paradójico que el socialismo no científico creara las ideas en las que
posteriormente se asentaría el socialismo científico. Lo cierto es que la
separación entre concepción materialista y ética fue un itinerario que recorrió
el propio Marx, aunque durante toda su vida estuviera inspirado en una fuerza
moral (El Manifiesto Comunista es un himno a la
pasión). En su empeño por superar el mundo idealista de Hegel que ponía en el
centro del Universo a la Idea, y que hace descender al cielo sobre la tierra,
Marx puso en el lugar principal a las bases materiales, ascendiendo de la
tierra al cielo: "El modo de producción de la vida material determina el
proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia
de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su
existencia social la que determina su conciencia".
Este modo de
relacionar la base material con la superestructura proporciona a su vez el
marco para otra conocida afirmación: "Las ideas dominantes en una sociedad
se corresponden con el modo de producción dominante". No faltan quienes
señalan una contradicción entre las dos tesis que acabamos de señalar: mientras
la primera, el ser social determina la conciencia, incita a pensar que la
situación de la clase obrera propicia una conciencia de resistencia contra la
explotación; la segunda, la ideología dominante que es la de la clase
dominante, sugiere lo contrario: la sumisión a las ideas burguesas dominantes.
En todo caso nos interesa insistir en la idea de que la extensión y el triunfo
del marxismo científico produjeron un corte demasiado grande entre lo político
y lo espiritual.
No considerar
la ética en la fundamentación de los objetivos revolucionarios hizo que Marx y
Engels no prestaran atención al problema de los medios empleados en la lucha:
"Son buenos todos los medios empleados para lograr un buen fin, es la
pauta utilitarista más extendida en el marxismo". Engels señaló:
"Todo medio me parece bueno, el más violento y el más suave, para alcanzar
el fin".
La teoría de la
revolución de índole marxista coloca la moral en un lugar derivado, subproducto
de la actividad política. ¿Por qué? Porque el fundamento ético no asegura el
socialismo, y la concepción materialista apoyada en el desarrollo de las
fuerzas productivas, sí. La diferencia es notable. Hay marxistas que han
escrito sobre los valores éticos; pero presentan el deber ser como deducido de
la necesidad: la valoración moral basada en el fundamento del conocimiento de
leyes históricas.
Son bastantes
los marxistas que han luchado por hacer de los dos fundamentos, el científico y
el moral, ámbitos que se necesitan mutuamente, pues ninguna de las dos
fundamentaciones por sí sola es suficiente (Vorlaender, Woltman, Bauer,
Tugan-Baranowski, Adler...) Los de la escuela de Frankfurt irían más lejos y
pondrían el acento en su crítica al desarrollo como motor de las
contradicciones, invocando sobre todo a la conciencia. Sin embargo, más allá de
autores y grupos de pensamiento que tuvieron influencias limitadas, el marxismo
triunfante se preocupó poco o nada de la cuestión moral. Una corriente
humanista más tarde fundó la socialdemocracia que hoy configura la
Internacional Socialista. Gabriel Deville centra bien el planteamiento del marxismo
más extendido cuando escribe:
"Cualquiera que sea el valor subjetivo de la
moral, del progreso y de otros grandes principios, esta hermosa fraseología no
influye para nada en las fluctuaciones de las sociedades humanas; por sí misma
es impotente para lograr el menor cambio. Las evoluciones sociales las
determinan otras consideraciones menos sentimentales. Sus causas se encuentran
en la estructura económica, en el modo de producción y de cambio que preside la
distribución de las riquezas y, por consiguiente, la formación de las clases y
su jerarquía. Cuando estas evoluciones se efectúan no es porque obedezcan a un
ideal elevado de justicia, sino porque se ajustan al orden económico del
momento".
La moral se
refiere a los valores que deben inspirar el comportamiento y la naturaleza de
los objetivos. Por ejemplo, el socialismo como meta tiene mucho más que ver con
la moral que con la ciencia; en realidad, la ciencia no tiene nada que decir
puesto que se mueve en otro ámbito. Eugenio del Río asegura que la fórmula
misma <<socialismo científico>> refleja la confusión entre las
proposiciones científicas y las proposiciones normativas, las referidas a las
conductas que se consideran valiosas desde el punto de vista ético.
Para Eugenio
del Río, en Karl Marx podemos ver lo siguiente: "Un Marx explícito más
bien amoral; otro Marx, a veces explícito, pero generalmente implícito bastante
moral". Hay una contradicción entre su "amoralismo científico" y
el impulso moral latente en su obra. Las corrientes marxistas posteriores han
armado bastante lío con esta herencia. La mayor parte de las veces se ha puesto
el acento en la crítica de la moral abstracta y se ha desconsiderado la
cuestión moral.
En las
organizaciones de izquierdas siempre hay una vertiente moral implícita. La
lucha tiene siempre un impulso que va más allá de la satisfacción de saber que
se camina, supuestamente, a favor de la historia. Otra cosa es en qué medida se
asumen como tales los valores morales. El ámbito de estos valores no ha tenido
un lugar importante en los estudios y las discusiones en las fuerzas
revolucionarias. No es arriesgado decir que aquellas militancias que confesaban
espiritualidad y móviles humanistas, eran vistas como signos de debilidad por
buena parte del resto. Todavía el hecho religioso es tratado con prejuicios en
algunos partidos revolucionarios; hay militantes que ocultan sus creencias, y
militantes que combaten a los creyentes desde un ateísmo marxista.
La cuestión
moral debe ser considerada con mayor atención. Ahora bien, ¿hace falta un
código moral? ¿Es conveniente que sea marxista? Un código moral son los diez
mandamientos. Un enunciado de preceptos y criterios para distinguir el bien y
el mal. Algo así no parece necesario. Tiene inconvenientes, ya que las
definiciones precisas y formales alimentan una comprensión formalista y unas
discusiones formalistas para ver si tal o cual comportamiento se ajusta al
código. Más interesante parece esbozar, de maneral general y no codificada,
ciertos valores que deben inspirar la acción revolucionaria (solidaridad,
fraternidad, igualdad, abnegación, indignación frente a la injusticia, odio al
racismo y al machismo...)
¿Una moral
marxista? No tiene sentido enfocar la cuestión en términos de exclusividad
marxista. Posee cierto interés reconstruir los valores morales latentes en la
obra de Marx. Pero al hacerlo veríamos que no hay en ellos una especifidad,
veríamos que no son distintos los valores morales de Marx, Fourier, Sorel,
Bakunin... Los mejores valores morales de los marxistas de hoy son en buena
medida parecidos a los mejores valores morales de los anarquistas, de los
sectores cristianos socialistas, e incluso de liberales al estilo de Stuart
Mill. En la esfera de la moral revolucionaria no es posible trazar fronteras
precisas. Hay un terreno de encuentro entre personas revolucionarias de
distintos orígenes, ese terreno es el humanismo.
El humanismo
radical se funda precisamente en el amor y el odio. En el amor a la justicia y
la libertad, y en el odio a toda explotación y opresión del género que sea.
Humanismo y lucha de clases no se oponen, con frecuencia se necesitan.
Iosu Perales (Tolosa, diciembre 1946). Politólogo especialista
en Relaciones Internacionales y en materias de Cooperación al Desarrollo.
Vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en iniciativas y
foros alternativos. Participó en los Comités de Solidaridad Internacionalista.
Ha ejercido el periodismo durante bastantes años. Sus primeras obras de ensayo
y divulgación están vinculadas a su propia experiencia en América Central en
los años ochenta.
Ha publicado numerosos artículos de opinión en
prensa escrita y revistas digitales, y es autor de varios libros, entre ellos
Guatemala insurrecta (1990), El perfume de Palestina (2002), Los buenos años:
Nicaragua en la memoria (2005) Los Años de Plomo en El Salvador, 1981-1992
(2009) y Algo he visto del mundo. Crónicas viajeras (2013), En el género de
narrativa es autor de Adiós Managua: El rey del mambo (1990) Viento del Norte
(1993) y Buenos días La Habana (2000).
http://www.robertexto.com/archivo/nueva_idea_socia.htm
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