La Democracia Como Dogma


El socialismo sólo puede ser democrático para ser verdadero. Es verdad que hay un socialismo de derechas y que, en consecuencia, no puede creerse que todo socialismo es necesariamente libertario y democrático. Hay, pues, una lucha invitable desde todo socialismo por hacerse democrático para ser emancipador y no un mero sistema estatista en manos de una élite. Esta relación nos lleva a la necesidad de reflexionar siquiera brevemente sobre la democracia.


La democracia es un dogma de nuestro tiempo. Los dogmas tienen la gran virtud de permanecer en la oscuridad de las palabras. Las palabras, con frecuencia, ocultan los verdaderos pensamientos, tal y como denunciaba Voltaire. Los dogmas son de gran utilidad, pues no necesitan explicación y difícilmente se pueden refutar.
El gran asunto es que la democracia como dogma es la que el politólogo español Fernández Buey denomina democracia-madre y que se corresponde con la concepción europeo-norteamericana de democracia. La democracia-madre se considera a sí misma como la única verdadera, contradiciendo gravemente a Aristóteles, quien acertadamente sentenció que hay muchas formas de democracia y no solamente una. Ciertamente pueblos muy distintos pueden adoptar formas distintas de gobierno democrático.

La democracia-madre, según Fernández Buey, ha decidido que las condiciones democráticas son dos: una real y otra simulada. La condición real es la que asegura el libre mercado, la libertad de comercio y la menor intervención posible del Estado. La condición simulada es menos importante y se refiere a la existencia formal de un parlamento y de partidos políticos. La primera condición es imprenscindible; la segunda condición es negociable y soporta perfectamente los fraudes electorales y la combinación de parlamento y represión.

Para la tradición liberal, estas dos condiciones son suficientes, pues aboga por una democracia elitista que no requiere de la participación popular. Es así que la democracia realmente existente en América Latina sirve bien a los intereses económicos y deseos políticos de una minoría que no necesita de más democracia. El problema del déficit democrático es para las mayorías.

Por cierto que, generalmente, se confunden democracia y libertades liberales. Estas últimas son las libertades individuales y colectivas que por sí mismas no garantizan el demosque es el gobierno del pueblo por el pueblo. El liberalismo reconoce los derechos y deberes de un individuo abstracto, pero desarraigado de la comunidad. Por el contrario, el sentido griego de democracia plantea la participación significativa de los ciudadanos en la vida pública, puesto que los intereses individuales y de la comunidad tienden a coincidir. Para el liberalismo clásico, el individualismo es la bóveda del edificio político; un individuo que delega en una élite la gestión de los intereses generales.

La clave de la concepción democrática del liberalismo es que concibe al hombre como un animal económico que se sirve de la política como un instrumento al servicio de sus intereses privados. Es así que el sistema representativo predominante en la democracia-madre es un contrato de intereses privados. En esta línea se deben de cumplir las tres condiciones de las que habla J. A. Schumpeter: (1) mantener la desigualdad política entre expertos y masa como un momento estabilizador de la democracia liberal; (2) limitar la esfera política, de modo que sólo la designación del Gobierno se someta al principio democrático y, por último (3) mantener la apatía política de la masa. Se trata entonces de una democracia querida por el pueblo más que el gobierno del pueblo.

Para la catedrática de ética, Adela Cortina, el liberalismo rechaza la democracia participativa por un doble motivo: porque sería regresiva, premoderna; y porque sólo podría defenderla una izquierda antidiluviana. Sin embargo, es un error enorme creer que democracia es tan sólo votar. La elección de representantes debe concebirse como un modo condicional que no elimine la capacidad deliberativa de la gente, de los sujetos que siguen siendo autónomos.

Iosu Perales (Tolosa, diciembre 1946). Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y en materias de Cooperación al Desarrollo. Vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en iniciativas y foros alternativos. Participó en los Comités de Solidaridad Internacionalista. Ha ejercido el periodismo durante bastantes años. Sus primeras obras de ensayo y divulgación están vinculadas a su propia experiencia en América Central en los años ochenta.

Ha publicado numerosos artículos de opinión en prensa escrita y revistas digitales, y es autor de varios libros, entre ellos Guatemala insurrecta (1990), El perfume de Palestina (2002), Los buenos años: Nicaragua en la memoria (2005) Los Años de Plomo en El Salvador, 1981-1992 (2009) y Algo he visto del mundo. Crónicas viajeras (2013), En el género de narrativa es autor de Adiós Managua: El rey del mambo (1990) Viento del Norte (1993) y Buenos días La Habana (2000).

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