Pensar y Actuar Local y Mundialmente
Los
pensamientos fraccionarios, localistas, que trocean todo lo que es global,
ignoran la complejidad y el contexto planetario. Pero no basta con blandir la
bandera de lo global: hay que asociar los elementos de lo global en una
articulación que organiza mentalmente lo complejo; lo global tiene como
contexto lo particular.
Debemos pensar
local y mundialmente de manera simultánea. En realidad, ésta la única manera de
desarrollar: un pensamiento radical que vaya a la raíz de los problemas; un
pensamiento multidimensional; un pensamiento que conciba la relación entre el
todo y las partes, como se da por ejemplo en la ciencias ecológicas; un
pensamiento que considere la relación entre lo social, la economía, lo
cultural, la política, lo nacional; un pensamiento que se reconozca siempre
inacabado y negocie con la incertidumbre, particularmente en la acción, pues no
hay acción sin lo incierto.
Así, pues, como
bien afirma el pensador francés Edgar Morín, si lo global se vuelve abstracto
cuando olvida las partes, lo local es igualmente abstracto cuando se aísla del
contexto general. De modo que el pensamiento radical es un ir y venir de la
parte al todo y del todo a la parte.
Para Morín hay
cinco fases secuenciales en esta dialéctica del pensar y actuar local y
mundialmente: (1) concienciación, (2) organización-relación, (3) no cooperación
con el orden mundial, (4) confrontación-lucha contra la dominación y (5) redes
para el asedio perpetuo al neoliberalismo.
El mundo de hoy
reclama como nunca la apertura, la comunicación, el intercambio y el debate
entre gentes radicales. No sería comprensible que mientras las fuerzas económicas
y políticas predominantes mantienen cada vez lazos más estrechos para
intervenir en el mundo como un escenario global, la izquierda radical diera la
espalda a este hecho y viviera sin reconocerse. Además, hay que tener en cuenta
que en las relaciones internacionales de hoy, los poderes políticos y militares
utilizan habitualmente lo que se llama la teoría de los juegos.
Esta teoría tiene dos líneas de aplicación. Una muy conocida es la suma-cero que
se basa en el principio de que en un conflicto tiene que haber un vencedor y un
derrotado; uno gana todo, el otro lo pierde todo. La suma-cero se
aplica brutalmente a Cuba y a todos los movimientos de liberación que
constituyen una amenaza para la ideología y los intereses conservadores. La
otra línea de aplicación es la suma-no-cero, que supone
negociar entre las partes en conflicto cuando conviene a la estrategia de los
grandes poderes. En resumen, la teoría de los juegos que fue
consagrada por Morgenstern y Neumann, en 1944, funciona en la política internacional
como una partida de ajedrez, un cálculo racional que estudia todas las jugadas
posibles del adversario para darle respuestas contundentes.
Lo que he
querido decir es que mientras la izquierda permanezca fragmentada, dispersa,
los poderes que manejan el mundo viven para conspirar y derrotar a las
izquierdas, y lo hacen sin descanso.
Así, pues, en
cierto sentido es bueno recuperar la mística de un internacionalismo dispuesto
dejar jirones en otras partes y en otras aventuras libertarias. Pero es bien cierto
que el internacionalismo de ayer debe ser revisado.
Ha ejercido el
periodismo durante bastantes años. Sus primeras obras de ensayo y divulgación
están vinculadas a su propia experiencia en América Central en los años
ochenta.
Ha publicado
numerosos artículos de opinión en prensa escrita y revistas digitales, y es
autor de varios libros, entre ellos Guatemala insurrecta (1990), El perfume de
Palestina (2002), Los buenos años: Nicaragua en la memoria (2005) Los Años de
Plomo en El Salvador, 1981-1992 (2009) y Algo he visto del mundo. Crónicas
viajeras (2013)
En el género de
narrativa es autor de Adiós Managua: El rey del mambo (1990) Viento del Norte
(1993) y Buenos días La Habana (2000).
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