Una Izquierda Perpleja
IOSU PERALES: Es difícil
evaluar el alcance de la actual conmoción que sufren tantas gentes de izquierda
sin hacer referencia a esa psicología que viene del movimiento socialista de
principios de siglo. En ella ocupó un lugar principal el rechazo de lo
complejo, la búsqueda de verdades sencillas y de líneas de pensamiento
armoniosas. La convicción de que la historia avanza inevitablemente en la buena
dirección y la creencia de que el progreso técnico lleva consigo el progreso
social eran dos principios básicos de su ideología.
La mentalidad de la izquierda ha estado muy impregnada por la seguridad de que los hechos acabarán por darnos la razón. La fe en el triunfo final le otorgaba un mundo seguro, aunque la lucha fuera terrible y en ella perdieran la vida muchas personas. Así, la actividad de la izquierda, por modesta y limitada que fuese, surgía como parte de un curso transcendente.
Las creencias socialistas en el triunfo final han sido durante gran parte de este siglo un factor de cohesión y entusiasmo. Muchas gentes del pueblo, obreros y campesinos, estudiantes, mujeres y jóvenes, se unían a los partidos de izquierda contagiadas por ese ambiente optimista.
En la formación de los grandes movimientos de izquierda tuvo una importancia decisiva la revolución rusa de octubre de 1917. El nuevo régimen brindaba una referencia viva y dio a millones de personas la posibilidad de saborear un éxito que su propia experiencia les negaba. Nació, a gran escala, un movimiento de identificación con un sistema político, en realidad poco conocido y muy idealizado, al que se hizo depositario de los anhelos socialistas.
Las victorias de Cuba y Vietnam favorecieron el desarrollo de movimientos revolucionarios de nuevo tipo, más radicalizados políticamente, más innovadores en las formas de lucha. Pero ello no propició una actitud crítica de fondo al mundo seguro, teóricamente conformista, que estaba instalado en la izquierda. El desmoronamiento de los países del este de Europa a finales de los ochenta suscitó angustia en buena parte de la izquierda. La seguridad se tornó inseguridad. Para millones de personas en el mundo, el desplome de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas supuso un desgarramiento interior, una cruel derrota que golpeó sus vidas. De pronto, una sensación de orfandad se apoderó de la izquierda.
En los últimos años, el descrédito del socialismo como sistema es algo vinculado a la experiencia principalmente soviética. Y, significativamente, la izquierda mundial no ha sabido o podido hasta el momento proponer de manera exitosa un paradigma socialista distinto que no sea el que corresponde a la socialdemocracia de la Internacional Socialista, paradigma que cohabita con el capitalismo. Peor todavía, parece que hablar de socialismo es regresar a lo viejo, a lo inviable.
Ciertamente, la palabra socialismo plantea hoy bastantes problemas. Designa al mismo tiempo a los regímenes de Europa del este y a la socialdemocracia del oeste. No es fácil para el gran público asociar la palabra socialismo a una sociedad nunca realizada, más igualitaria, justa, libre y democrática. Esta dificultad está interiorizada en la propia izquierda al haberse producido una fragmentación en su pensamiento. La visión holística predominante durante más de un siglo hacía posible encajar cada acto, cada sacrificio, cada conquista social, en un proyecto intelectual y político que daba un sentido finalista, una confianza insustituible de estar recorriendo el trayecto correcto. Ahora, cada acto, cada lucha, aparece dislocado de un proyecto final, y la visión atomística tiende a concentrarse en lo concreto, en lo puntual, en lo local.
Así nos encontramos con una izquierda que ha empobrecido su horizonte y que, incluso, duda de su propio proyecto histórico. La duda conduce con frecuencia a dejarlo de lado, sin decirlo expresamente, y a buscar en los movimientos tácticos y las luchas a corto plazo una nueva razón de ser. Sin embargo, la idea de socialismo, por oposición a la de capitalismo, sigue evocando un cambio global de sociedad. Una nueva sociedad no movida por los principios filosóficos e ideológicos del liberalismo, y que esté inspirada por el ideal de la comunidad de bienes aun cuando esta idea esté cargada de problemas.
Reivindicar la palabra socialismo para nombrar una descripción que apunta hacia lo que no existe plantea a la izquierda el desafío de llenarla de nuevo contenido. Desde luego, quitarse de encima la palabra no resuelve el problema de su dificultad; puede dar la comodidad de despojar a la izquierda de un complejo de culpa, muy probablemente al precio de perder su naturaleza y razón de ser.
La palabra nieve tiene para los esquimales cincuenta significados diferentes, y algo de esto pasa con la palabra socialismo. La izquierda con vocación revolucionaria debe encontrarle el sentido que mejor se ajuste a una actitud crítica y no complaciente. En todo caso, la palabra debe corresponder a esa voluntad transformadora de lo global, sin lo cual parece imposible hacer resurgir una conciencia de oposición a lo existente en la sociedad neoliberal.
A las puertas del siglo XXI, como bien dice el pensador italiano Paolo Flores, la izquierda no tiene nuevos objetivos que descubrir. Libertad, igualdad, solidaridad, justicia, propuestas revolucionarias básicas para una nueva sociedad, no resultan obvias. Se trata de pretenderlas en serio, por encima de los avatares tácticos, y de desarrollar e incluso inventar una práctica adecuada que nos acerque a esos propósitos. Son valores en los que late un impulso crítico al capitalismo en cualquiera de sus versiones y una voluntad transformadora.
Para enfrentar los cambios hacia una nueva sociedad se necesita ajustar las ideas, renovarlas en buena parte, teniendo como punto de partida e inspiración los valores de la izquierda nacidos como oposición a toda forma de opresión y explotación, cuya sustancia es primeramente moral.
Es verdad que en el pasado la izquierda hizo una construcción ideológica de la realidad que no se ajustaba a los hechos. También tenía un diseño del poder revolucionario que ahora revisamos y encontramos inviable e incorrecto, sobre todo por sus perfiles excluyentes y autoritarios. Pero la autocrítica en el ámbito de las ideas no debe echar el agua sucia por la cañería y además al niño. Una inclinación frecuente en la izquierda es la de moverse como el péndulo de un reloj, y pasar de unos dogmas a otros de signo opuesto. No debemos dejarnos conducir por un espíritu derrotista de mirar hacia el pasado y ver en él dos o tres décadas perdidas repletas de fracasos; no debemos ceder a la tentación de convertir el pragmatismo en el núcleo de una nueva doctrina que promete el cielo a cambio de aceptar las bases del sistema económico y político dominante. En circunstancias adversas, la tendencia a adaptarse de parte de la izquierda lo conduce a elaborar discursos que resulten simpáticos a los adversarios de la derecha política y económica. Gana terreno la inclinación al pragmatismo como nueva doctrina; el ir resolviendo el día a día y la menor preocupación por la perspectiva y el estudio de los problemas complejos.
Sin embargo, el sentido de la izquierda, su razón de ser descansa en el hecho de que es la esperanza para contribuir al logro de una sociedad no sólo algo mejor a la actual sino distinta. No es, por consiguiente, poco importante que afirme su vocación socialista, su deseo de construir una sociedad con los valores del humanismo. Una sociedad integralmente democrática, plural, de reconciliación, de igualdad entre hombres y mujeres, no racista, respetuosa con todas las creencias religiosas y políticas. El socialismo democrático por el que se lucha no es solamente una idea, una utopía; es también un proyecto posible que se concreta en la lucha política y que pasa por una estrategia de disputa del poder.
El mundo ha cambiado, y han cambiado sobremanera las condiciones subjetivas de fuerza y organización y expectativas de triunfo de la izquierda. Estos cambios han sido interpretados por algunos analistas como el fin de las expectativas revolucionarias y el inicio de un período de colaboración entre derecha e izquierda para conseguir lo posible. Coherentes con este pensamiento, algunos dirigentes de izquierda, ideológicamente huérfanos ante las inaccesibles uvas en la parábola de Esopo, se autoconvencen de que ya no es de su gusto lo que hasta ayer había motivado su lucha, y adoptan como nuevas y apetecibles las viejas ideas del sistema imperante.
Esta no es la manera justa de abordar una más que necesaria renovación conceptual y política. La izquierda nació con una vocación civilizatoria y con esa vocación debe enfrentar el final del siglo, sin que ello signifique dejar a un lado concertaciones y pactos cuando ello convenga a los intereses de las mayorías. De modo que el ejercicio de cambios en lo ideológico nada tiene que ver con desnaturalizar el carácter de izquierda, su actitud atenta revolucionaria, sus convicciones democráticas. En cambio, sí tiene como objeto combatir planteamientos impropios de una izquierda que lucha por el socialismo democrático a finales del siglo XX.
Debemos tomar en cuenta el veredicto de la historia en cuanto a concepciones y políticas que habiendo sido parte del ideario de la izquierda, han demostrado ser erróneas. Hemos de evitar sustituir unos conceptos absolutos por otros igualmente absolutos. Es conveniente identificar el carácter abierto que deben conservar muchas ideas y criterios, en la medida en que la experiencia y el tiempo van asignando lo acertado o erróneo de muchas de ellos. Pero también es verdad que la izquierda requiere de unas inspiraciones y criterios sólidos que constituyen una parte de su razón de ser. El reto es encontrar el necesario equilibrio entre fundamentos e hipótesis, entre principios y criterios relativos.
Sin duda, el momento en que vivimos nos pide una actitud de remover las aguas, el reverso de la comodidad y del remanso intelectual. Nos exige aceptar que el futuro es inseguro, no comprobable, y que lejos de cerrar el círculo hay que abrirlo. Este ejercicio de la razón nos invita a desarrollar una fuerza espiritual e intelectual, una potencia crítica a todo lo existente, una actitud de investigación y debate. Nuestra ventaja es que ahora sabemos más que antes.
Pero más que nunca necesitamos asimismo de algo que reclamaba el peruano José Carlos Mariátegui: la fuerza de la pasión, la ambición de cambiar la vida. Esta es la actitud con la que hemos de reflexionar y discutir una nueva idea del socialismo.
Iosu Perales (Tolosa, diciembre 1946). Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y en materias de Cooperación al Desarrollo. Vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en iniciativas y foros alternativos. Participó en los Comités de Solidaridad Internacionalista. Ha ejercido el periodismo durante bastantes años. Sus primeras obras de ensayo y divulgación están vinculadas a su propia experiencia en América Central en los años ochenta.
Ha publicado numerosos artículos de opinión en prensa escrita y revistas digitales, y es autor de varios libros, entre ellos Guatemala insurrecta (1990), El perfume de Palestina (2002), Los buenos años: Nicaragua en la memoria (2005) Los Años de Plomo en El Salvador, 1981-1992 (2009) y Algo he visto del mundo. Crónicas viajeras (2013)
En el género de narrativa es autor de Adiós Managua: El rey del mambo (1990) Viento del Norte (1993) y Buenos días La Habana (2000).
http://www.robertexto.com/archivo/nueva_idea_socia.htm
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