Nos han robado el silencio
El ruido nos invade por dentro y por fuera.
1.
Es la ‘conquista’ más representativa de nuestra civilización. Los sonidos que se meten por los cinco sentidos, el bullicio, la palabrería, el estrépito, el aturdimiento se han convertido en el hábitat de las nuevas generaciones. Estamos condenados a vivir en un mundo ruidoso. Nos roban el silencio y nos sumerge en ocupaciones y actividades desenfrenadas para que no tengamos tiempo de pensar. Es un truco de esta sociedad consumista, que necesita la prisa y el ruido para mantenerse en pie. Si nos diera por pensar, posiblemente renegaríamos de nuestras actuales condiciones de vida y de trabajo. Y es que el silencio nos acerca al sentido de la vida, nos plantea las cuestiones verdaderamente últimas. No estamos vivos para resolver problemas ni para vivir aturdidos, sino para contemplar, saborear y disfrutar el misterio de la vida.
Cuando las palabras ahogan el silencio, a la armonía le sucede el desequilibrio. La situación es muy extraña, pero muy real: el silencio engendra miedo, produce escalofríos, no deja dormir. Muchos, especialmente jóvenes, prefieren la compañía, al menos, del ruido. Y todos tememos el silencio, nos resistimos a él. Porque cuando el silencio toma posesión de nosotros, salen a flote los rincones desconocidos del alma; el silencio deja al descubierto nuestras debilidades. Lo primero que vemos es un desfile de inquietudes, angustias, perplejidades, luchas interiores... Solamente se trata de un primer momento. El silencio es una gran rebelión contra nuestro propio desorden. Si permanecemos en silencio no tardarán en aparecer nuevas luces, caminos nuevos, en una palabra, un estilo de vida distinto. Seremos nosotros mismos, no marionetas en manos de quien pretende manejarnos. Podremos encontrar nuestra propia verdad, la que duerme en nuestro corazón. No tenemos por qué asustarnos. El silencio es respirar libremente.
Por: el obispo Manuel Sánchez Monge



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