Crear silencio

Es necesario pararse de vez en cuando para crear silencio.

Educar y evangelizar es, básicamente, acompañar procesos de maduración personal. Hacer que cada uno de nosotros alcance la plenitud de sus posibilidades, que alcance, -hablando en sentido cristiano-, la medida del  hombre perfecto que es Cristo. Ambas tareas sólo son posibles si creamos el conveniente caldo de cultivo: el silencio interior. La ausencia de silencio denota vacío interior. Y es, precisamente en ese exceso de palabras inútiles, donde nace tanto aturdimiento, tanta superficialidad, tanta ligereza como padecemos los hombres y mujeres de hoy. Habiendo alcanzado el silencio interior, nuestras palabras alcanzan un sonido nuevo, más armonioso y más bello: saben a autenticidad, a paz, a calma y sosiego, a reflexión y a hondura. Frente a lo que pudiera parecernos, el silencio es alegre, un surtidor de alegría y armonía. No es la alegría prefabricada y postiza de la sociedad de consumo. El silencio brota de la plenitud que vive en nosotros, y esa plenitud es Dios mismo. Empezamos a hablar con las palabras mismas de Dios que habita en nosotros y habla a través nuestro.  El silencio es, pues, condición imprescindible para encontrarnos con Dios y poder así hablar y actuar en su nombre. ¿Puede tener éxito nuestra acción educativa y evangelizadora sin cuidar esta imprescindible dimensión?

El silencio no es vacío, ni es ausencia, ni es olvido. En el silencio nacen, crecen, lloran y mueren muchas esperanzas. «La abeja zumba ruidosamente alrededor de la flor en busca de la miel y, cuando ha entrado dentro de la flor, bebe silenciosamente. En tanto un hombre discute y arguye, es que no ha alcanzado aún el conocimiento divino; en cuanto gusta sus dulzuras, se calla, igual que la abeja»(Ramakishna). Es más insoportable el hastío del ruido que la inquietud del silencio. La ausencia de silencio denota vacío interior. Al hombre de hoy,  «juntamente con el silencio, le han robado también las palabras para hablar del silencio» (M. Baldini). Cuando se pierde el silencio, se pierde la capacidad para sentir la belleza, la capacidad de asombrarse, de abrirse a lo maravilloso.

Es preciso mantener la capacidad de reflexión en momentos de crisis. La sociedad de consumo nos condena a un activismo enloquecedor. Pero el tiempo nos arrastra sin que seamos dueños de él y, al mismo tiempo, somos bombardeados sin interrupción por tal cantidad de información, que nos sentimos aturdidos. Sólo hallaremos  la felicidad cuando encontremos momentos de reflexión, cuando penetremos en nuestro interior y seamos capaces descubrir qué es  lo que de verdad nos interesa. No podemos aplazar perpetuamente el sentirnos felices caminando de frustración en frustración. No hay mejor circunstancia para vivir feliz que el momento presente. Los desafíos y proyectos que llenan nuestra vida, no son obstáculos para nuestra felicidad. El silencio nos enseña que la felicidad no es un destino, sino un camino.



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