Dios habla en el silencio


El silencio nos conduce verdaderamente al encuentro con Dios y con nosotros mismos. 


En él nos damos cuenta de nuestra naturaleza herida, de nuestra pobreza, de la necesidad que tenemos de Dios.  El silencio es una de las condiciones para que resuene la voz de Dios, para 'sentir y gustar las cosas internamente', por 'de dentro', como gustaba decir Quevedo. Sólo desde el fondo del silencio puede emerger una palabra profunda, sólo desde él se puede leer dialogando con el autor o escribir -siempre una Pascua de silencio[9]-  sin traicionar la experiencia. La página en blanco -dice el poeta argentino Roberto Juaroz- es un oído que aguarda; por eso, toda obra literaria o de pensamiento filosófico o teológico descansa sobre un lecho de silencio. Incluso pudiéramos decir que son monumentos de silencio. Sólo quien sabe guardar silencio, callarse, sabe esencialmente hablar y actuar (Kierkegaard). Cuánto silencio se necesita para ver todo lo que hay en un cuadro[10]. Como ha mostrado J. L. Chrétiene en El arca y la palabra, el silencio es posibilidad de escucha, posibilidad de respuesta, lugar de encuentro y presencia mutua, de recuperarse para la ofrenda, pero también exceso, éxtasis, silencio místico, su posibilidad más alta, donde la palabra recibe -en la sorpresa y la pasividad- el don de un silencio más elevado. Los poetas han sido maestros consumados del silencio. Claude Vigée oye verdear  un avellano («J’ écoute / un jeune noisetier/ verdir»), y Patocchi oye rezar a lo lejos las fuentes de la tierra. La poetisa de lengua portuguesa Sophia de Mello, tiene un verso que contagia ondas de silencio:

«Como el rumor del mar dentro de un concha lo divino susurra en el universo Algo emerge: primordial proyecto»[11].

El hombre esconde dentro de sí un pozo profundo en el que puede hallar el agua de la vida. Hay que desenterrarlo, excavarlo, hacerlo emerger de las profundidades. Es la intimidad del corazón lugar sellado donde puedes encontrar a Dios y vivir en comunión con Él. No des rodeos para encontrarte con Dios que habita tu corazón. En el silencio pronuncia el Padre su Única Palabra: su Verbo de Luz. Calla. Fuérzate al silencio. Olvida tus proyectos para descubrir el plan de Dios sobre ti. Con el inmenso ruido que llevas dentro, nunca oirás la suave brisa en la que Dios se manifiesta. Calla. Aprende a reunir todas tus fuerzas para caminar silenciosamente al encuentro de quien te ama. Entrégale a tu Dios todos tus ruidos; reposa en Él. «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré», dice el Señor. ¿Estás enfurecido porque te han humillado y han pisado tus derechos? Guarda silencio y desahógate con Dios. Encontrarás la paz del corazón. Y sólo después hallarás las palabras adecuadas para decir la verdad sin causar heridas. Escucha los latidos del corazón de Dios en un encuentro de dos silencios que se buscan. Desciende, baja hasta tu propio corazón. A Dios, no lo olvides, sólo se llega descendiendo. Y no temas alejarte de los hombres, tus hermanos, porque es en Dios donde de verdad  los encontrarás. En este lugar sagrado podrás vivir la experiencia de lo que realmente es vivir, morir, y resucitar.

San Ignacio de Antioquía dice que el cristiano tiene que ser reconocido por lo que hace y por lo que calla: «Es mejor callar y ser que hablar y no ser. Bien está el enseñar, a condición de que, quien enseña, haga. Ahora bien, un Maestro hay que dijo y fue. Mas también lo que callando hizo son cosas dignas de su Padre. El que de verdad posee la Palabra de Jesús, puede también escuchar su silencio, a fin de ser perfecto. De esta manera, según lo que habla, obra; y por lo que calla, es conocido»[12].

En Apología del trapense, el Hermano Rafael explica:  «Mucha gente me pregunta acerca del silencio de la Trapa y yo no sé qué contestar, pues el silencio de la Trapa no es silencio, es un concierto sublime que el mundo no comprende. Es ese silencio que dice: No metas ruido, hermano, que estoy hablando con Dios. Es el silencio del cuerpo para dejarle al alma gozar de la contemplación de Dios. No es el silencio del que no tiene nada que decir, sino el silencio del que teniendo muchas cosas dentro, y muy hermosas, se calla, para que sus palabras, que siempre son torpes, no adulteren el diálogo con Dios.

Es el silencio que nos hace humildes, que nos hace sufridos, que al tener una pena nos la hace contar solamente a Jesús, para que El también, en silencio, nos la cure, sin que los demás se enteren... El silencio es necesario para la oración»[13].


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