La insurrección de los comuneros 1781

En los últimos meses de 1780 hubo motines contra los guardas de la renta del tabaco en Simacota, Mogotes y Charalá, pero la cabeza del movimiento fue la ciudad del Socorro, en donde el 16 de marzo de 1781 Manuela Beltrán rompió el edicto referente a las nuevas contribuciones a los gritos de “viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de Barlovento”. Los Comuneros reunidos en El Socorro recibieron el Manifiesto Comunero que llegó de Simacota, escrito por Fray Ciriaco de Archila, dominico que vivía en su convento de Santa Fé de Bogotá.

En sus comienzos los protagonistas visibles eran los pobres, tanto mujeres como hombres. Las revueltas comenzaron luego a ser dirigidas por personas un poco mejor ubicadas social y económicamente (comerciantes, carniceros, pequeños agricultores) y la rebelión tomó forma. La presión logró que algunos hombres de prestigio se comprometieran en ella. También se incorporaron indígenas, liderados por Ambrosio Pisco, un cacique rico. Ellos agregaron al pliego de demandas la devolución de tierras tomadas a las comunidades amerindias.

Como general de los insurrectos fue elegido el terrateniente Juan Francisco Berbeo, regidor local, en asocio de Salvador Plata, Antonio Monsalve, y Francisco Rosillo, quienes constituyeron la junta llamada “El Común” de donde les vino el nombre de “Comuneros”. Se reunieron en el Socorro cerca de 4.000 hombres que marcharon en dirección a Santafé (hoy Bogotá).[3]​

En el camino se agregaron voluntarios de otras poblaciones hasta completar un cuerpo de 18.000 ó 20.000 hombres[4]​ y en el Puente Real (hoy Puente Nacional), cerca a Vélez, se encontraron con la pequeña tropa enviada desde Santafé a órdenes de José Osorio y del capitán Joaquín de la Barrera, quienes no pudieron interrumpir el avance de los comuneros y, mientras el regente Gutiérrez de Piñeres salía en precipitada marcha hacia Cartagena de Indias para buscar la protección del Virrey Flórez, el gobierno acordó impedir la llegada comunera a Santafé y designó como legatarios negociadores al oidor Vasco y Vargas y al alcalde don Eustaquio Galavís. El arzobispo (y después virrey) Antonio Caballero y Góngora ayudó en las negociaciones con su presencia y sus discursos a la muchedumbre.

Si sería verdad que Manuela Beltrán en pleno Levantamiento insurreccional le hecho un viva al rey

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