6 millones de motos están acabando con burros, caballos... y la gente

Así es el fenómeno de las motocicletas en Colombia. La crónica de Juan Gossaín.Por:  JUAN GOSSAÍN | 

“Más atrasado que el correo de Turbo” solía decirle mi madre al que le viniera con noticias viejas.
Ahora sospecho que soy yo el que está haciendo el papel del correo de Turbo porque ya no es noticia decir que Colombia se llenó de motocicletas.
Lo más curioso de ese fenómeno no es que la gente pueda adquirir un vehículo por muchísima menos plata, sino que, sin pedirle permiso a nadie, sin licencia de nadie y sin control de nadie, el mototaxismo ocupó las calles de las ciudades, el callejón de los pueblos, los caminos polvorientos, los campos y hasta las aceras.
Lo que sí es noticia, en cambio, es la desaparición de burros y caballos. Ya no queda un burro ni en las fincas. Los caballos no andan ya por los caminos. La moto acabó con ellos. Yo recuerdo que los locutores de la Vuelta a Colombia, en tiempos de Carlos Arturo Rueda, solían llamar “caballito de acero” a la bicicleta en que los “valientes ruteros” desafiaban la “agreste topografía de la patria”. Y pensar que hoy el auténtico “caballito de acero” es la moto y que la “topografía de la patria” ha cogido cara de japonesa.
Se esfumaron las mulas
Más perplejo que alarmado ante lo que está pasando, un lector de este periódico me escribe desde la población de Chimichagua, en las riberas del Magdalena, para sugerirme que me ocupe de ese fenómeno.
Como si fuera poco, un ciudadano que se llama Iván Arcila, nacido en el altiplano que rodea a Bogotá, y residente en Estados Unidos desde hace veinticinco años, me cuenta que volvió a Colombia recientemente.
Fue a pasear por los campos florecidos de su tierra y le pareció que algo faltaba en el paisaje. Algo no le cuadraba. Algo se había alterado. Algo desentonaba.
De repente cayó en la cuenta de lo que estaba pasando. Se quedó con la boca abierta viendo a campesinos de ruana y sombrero que manejaban su propia moto.
—En diez días no vi pasar ni un solo caballo –me dice Iván, con un suspiro de nostalgia.
De la costa del Caribe mejor ni hablemos. La moto no solo desterró al caballo, sino que primero acabó con el burro incansable, aquel compañero que trotaba por las trochas, llevando carga y pasajeros.
Ya no es más que un recuerdo burroso. En el vasto territorio de los paisas, por su parte, se esfumaron las mulas de los viejos arrieros, que fundaron pueblos entre montañas interminables. No son más que una sombra del pasado.
Ahora, en los pueblos cercanos al mar, venden los burros y caballos, como si fueran trastos inútiles, a compradores itinerantes que viajan en camiones.
Ha desaparecido el cagajón que enriquecía a la madre tierra en tiempos de cosecha. Quisiera verlos abonando el sembrado de yuca con estiércol de motocicleta. Y verlos también ordeñando una llanta.
Un vaquero en moto
Yo sé bien que la modernización del mundo es frenética e inevitable. La llaman “globalización”. He visto morir, masticados por la voracidad implacable del tiempo, mi vieja máquina de escribir y el aceite de ricino que se usaba para purgar a los muchachos.
Pero es que a veces ocurren unas cosas…
Por ejemplo. El otro día íbamos por un caminito rural, cerca de Montería. Estaba cayendo la sobretarde, la hora del encierro, como la llamamos los campesinos, porque es el momento de recoger el ganado y guardarlo para que pase la noche. Un encerrador, montado en su motocicleta reluciente, a la que solo le faltaba relinchar y pararse en dos patas, arreaba la manada chasqueando en el aire un látigo de cuero y entonando los centenarios cantos de vaquería: ejé, vaca, ejejé.
No llevaba puesto el venerable sombrero de concha de jobo que usaron sus abuelos, sino un casco metálico con números luminosos y letreros en inglés.
Tres días después me enviaron por internet la famosa fotografía del pasajero que va de viaje en la parrilla de una moto con un burrito cargado en las piernas. Es el símbolo perfecto de lo que está pasando. Esa imagen ya se volvió leyenda en las redes sociales.
Hablan las cifras
Los números son pasmosos: según los fabricantes internacionales, Colombia es el tercer país del mundo con mayor crecimiento en el mercado de motos, superada solo por India y Pakistán. Pero es que India tiene 1.300 millones de habitantes y Pakistán, 190 millones. Colombia tiene 48 millones. En el 18 por ciento de los hogares colombianos hay una moto. Salimos a una por cada ocho habitantes.
No sabe uno qué cifra es más impresionante: en los últimos diez años, la cantidad de motocicletas vendidas en Colombia se multiplicó por cuatro, nada menos que el 400 por ciento, a un promedio del 40 por ciento anual, imagínese usted.
La percepción más generalizada del uso de la moto es que la mayoría de sus conductores no respeta las más elementales normas de tránsito, con el consecuente saldo de accidentes. Guillermo González / EL TIEMPO
En este momento circulan por el país 10 millones 900 mil vehículos de motor. De ellos, casi 6 millones son motocicletas. Si mi calculadora no está loca, eso es el 54 por ciento del total. Por primera vez en la historia del país, en los últimos tres años las motos han sobrepasado a automóviles, camiones y buses juntos. Se calcula que hay diez motocicletas por cada taxi.
Lo malo es que de toda esa cantidad de motos, solo un poco más de la mitad se ha registrado legalmente. El resto, dos millones y medio, forma parte de la informalidad del mototaxismo: no pagan impuestos, no tienen licencia, nadie les impone restricciones. Lo peor no es que la moto se haya vuelto informal ante la ley; lo peor es que la ley se volvió informal ante la moto.
¿Y el seguro de accidentes?
Atérrense: en este país, solo la mitad de las motocicletas tiene seguro contra accidentes. En la región andina de América, a la que Colombia pertenece, los motociclistas son el 8 por ciento de quienes mueren en accidentes de tránsito. Pero en Colombia ese promedio sube al 40 por ciento. Según el Fondo de Prevención Vial, cada día mueren en Colombia cinco motociclistas en accidentes. Fueron 1.627 víctimas el año pasado, la mitad de ellas jóvenes de 19 a 25 años.
El verdadero peligro radica en que, si se trata de un accidente de carro, el chasís lo protege a uno; en una moto, el chasís es uno. Los heridos en accidentes de motos le cuestan 26 mil millones de pesos anuales al sistema de salud.
La principal razón, según los especialistas, es la imprudencia del propio motociclista. Esos aparatos son tan manuales que, según creen sus conductores, caben por todas partes, se meten entre los carros, se le atraviesan al bus, se pueden volar el semáforo, se suben por donde quieran… y ahí viene la desgracia. Los mototaxistas andan a las carreras porque necesitan desocuparse rápido para buscar más pasajeros.
Las investigaciones más serias demuestran que solo el 16 por ciento de los motociclistas colombianos saben conducir correctamente su vehículo. Aprendieron a hacerlo en una escuela de manejo autorizada por el Ministerio de Transporte. Los demás aprendieron por su cuenta.
Por ciudades: sorpresa
No se trata de ponerle un estigma social a la motocicleta. Al fin y al cabo, ayuda a resolver los problemas económicos de muchos empleados que la usan para ir al trabajo. La inmensa mayoría de ellas está en manos de los estratos populares, del 1 al 3, porque son un medio de transporte más barato, y se han convertido en una manera de ganarse la vida, hasta el punto de que se calcula que, en la sola ciudad de Cartagena, 205 mil personas viven del mototaxismo. En todo el país el 41 por ciento de las motos trabajan de taxis.
Lo que estoy diciendo es que, como ese fenómeno ha crecido tanto, ya es hora de que le metamos seriedad, que tengamos una verdadera política pública que incluya a los motociclistas, y que no sigamos tratándolos como un asunto pintoresco o informal.
Prácticamente ya no queda ciudad ni campo de Colombia que escape a esta situación. Bogotá es la primera por el número de motos matriculadas. Cali la segunda, pero la tercera no es Medellín, sino Pasto. Ello se debe a que en Medellín prefieren sacar la placa en poblaciones vecinas. Lo mismo sucede en Valledupar, que por ese motivo acaba teniendo más motos que Barranquilla. En proporción al número de habitantes, la primera de todas, sin ser capital de departamento, es Palmira, en el Valle del Cauca. Dicen que en Lorica, la hermosa ciudad cordobesa a orillas del río Sinú, hay más motocicletas que gente.
Aún así, las alcaldías se han desentendido del caos de tránsito generado por los motociclistas. Cali es la única ciudad que ha dispuesto, en algunas avenidas, que haya carriles exclusivos para las motos.
Epílogo
Una cifra bien curiosa: cada año menos mujeres compran motos en Colombia, al contrario de los estudiantes, que cada año compran más. Y, contra lo que piensan los colombianos, es bueno informarles que el mototaxismo no es una idea nuestra ni un invento nacional. Nació hace más de treinta años en los pueblos montañosos del Perú. Luego saltó a Buenos Aires.
Ya se ha extendido por la propia Europa. Londres tiene empresas organizadas para transportar pasajeros en moto. España también. El éxito más grande se ha visto en Francia, y, específicamente, en París. Pero por allá son más seguras y cómodas, porque tienen techo y tres ruedas.
Por los días en que preparo esta crónica, voy viajando en carro hacia Barranquilla. Llueve con tantas ganas que parece que nunca hubiera llovido. No hay nadie. El mundo está abandonado. Una gallina empapada se guarece bajo un árbol. Pasa a nuestro lado una moto. Entonces puedo comprobar que nada produce más desolación que un motociclista solitario, ensopado por la lluvia, que pasa como alma en pena por una carretera gris. No es un hombre: es la silueta brumosa de un fantasma.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/cronica-de-juan-gossain-sobre-el-aumento-del-mototaxismo/15341315

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