Che Guevara: El único hombre práctico.
Ponencia presentada por el intelectual cubano, recientemente fallecido, Fernando Martínez Heredia en el seminario El Socialismo y el hombre en Cuba: emancipación y justicia, celebrado el 12 de marzo de 2015 y convocado por el Centro de Estudios Che Guevara con motivo del 50 aniversario de este ensayo.
En las palabras iniciales de este
ensayo, el Che le explica al editor que lo ha esperado, como disculpa, que lo
ha terminado mientras viajaba por África. No exagera. El 14 de marzo de 1965,
dos días después de que el texto se publicara en Marcha, de Montevideo, regresa
el Che tras cuatro meses de viajes, como alto representante de Cuba, a la Unión
Soviética, Nueva York, una larga gira por África y una breve estancia en China.
Desde que salió el 17 de marzo de 1964 a Ginebra ha recorrido medio mundo, y
también ha estado en muchos lugares de Cuba en sus labores como ministro de
Industrias. Al mismo tiempo, ha librado una crucial batalla de ideas en el seno
de la Revolución Cubana y de la conciencia del pueblo, exponiendo, defendiendo
y divulgando la posición y el camino más revolucionarios.
“El socialismo y el hombre en Cuba” es
un opúsculo, un manifiesto; está repleto de ideas que se enuncian, breves y muy
fuertes, organizadas por un fino hilo de acero. El aire del texto llama al
lector a no quedarse pasivo, a actuar. Pero no fue producto de un rapto: esta
es una obra de madurez. En cuanto a fijar su posición y lanzar sus ideas
principales al ruedo, cumple la función de ser su manifiesto comunista, y la
proclama de una revolución que le explica al mundo la verdadera naturaleza del
socialismo y el camino que se necesita recorrer. El comunismo ya no es el
fantasma que recorre Europa, sino el planeta, y ahora les habla a todos desde
los países que no habían sido, los que no habían tenido personalidad propia:
las colonias. Al mismo tiempo, este trabajo teórico tan rico es el anuncio de
una obra marxista que vendrá.
En cuanto a la nueva etapa de la vida
del Che que comienza con abril de 1965, “El socialismo y el hombre en Cuba” es
el prólogo, la introducción a la fase inicial de una tarea intelectual. Pero
ella es una de las dos tareas que emprendió al unísono. La otra es el combate
directo internacionalista, la subversión mediante la praxis, que lo llevará
primero al Congo, después a Bolivia.
El alcance de este ensayo se comprende
mejor si tenemos en cuenta las preguntas que enfrenta y los condicionamientos
que tuvo. Lo referente al individuo, a la organización de la sociedad y a las
relaciones entre uno y la otra son, a mi parecer, los temas generales
fundamentales del pensamiento social. Otros asuntos de tanta monta como, por
ejemplo, la libertad, la conducta, la justicia, la moral, lo político, los
sistemas y los conflictos, no pueden pensarse ni comprenderse sin atender a sus
vínculos con aquellos grandes temas generales. El pensamiento europeo que
llamaron moderno elaboró un amplísimo venero de preguntas, tesis, concepciones
teóricas, métodos y proposiciones de estados personales y sociales a lograr,
que se expresaron en tendencias, escuelas y polémicas. Ofrecieron, a la vez,
grandes logros y nuevos problemas.
Los cambios sociales hacia sociedades
más justas y humanas, y el mejoramiento y la perfectibilidad de los seres
humanos, son dos objetivos principales del pensamiento social, cuando pretende
actuar y tener funciones más allá de su ámbito intrínseco. En la Europa
moderna, ellos se desarrollaron en íntimas relaciones con el despliegue de las
sociedades capitalistas, su naturaleza, sus contradicciones y sus conflictos.
En ese marco fue que surgieron la teoría
social y la propuesta comunista de Carlos Marx, pero ellas son imperecederas
porque fueron antítesis de la correspondencia de las ideas con sus condiciones
de existencia, y el anuncio de un nuevo antagonismo que solo podría ser
resuelto por una revolución que acabara con todas las dominaciones y volviera
capaces de crear una nueva cultura a los seres humanos y las sociedades
liberados. Pero tanta subversión, y tan temprano en una época de crecimiento de
las potencialidades imperialistas de u n nuevo sistema de dominación que se
volvía mundial, no logró ser viable. En Europa, la hegemonía burguesa supo
incluir y subordinar al socialismo en el mundo despiadadamente colonizado no
parecía ni siquiera planteable.
El triunfo y la consolidación de la
Revolución Bolchevique fueron un salto colosal hacia adelante, que crearon una
grandiosa e insólita experiencia y un laboratorio de nueva sociedad no
capitalista, fomentaron una ola de esperanzas, dieron nuevos sentidos a las
rebeldías a escala planetaria y ampliaron el objeto del marxismo. El
capitalismo imperialista vivió un largo período de crisis entre 19 17 y la
Segunda Guerra Mundial, y en la posguerra se vio obligado, en los países que
llamaban desarrollados, a mejores repartos de la renta, políticas sociales,
estados de derecho y sistemas políticos representativos; también se vio
forzado a reconocer el derecho a la autodeterminación de los pueblos
colonizados. Mientras, la Revolución Bolchevique había sido liquidada por
algunos de sus propios protagonistas, en los años treinta. La Unión Soviética,
sin embargo, se convirtió en un poderoso Estado, autónomo dentro de la
geografía económica mundial, y protagonizó una epopeya colosal en 1941-1
945, decisiva para la derrota del nazismo.
El mundo en que creció el joven Ernesto
Guevara y se convirtió en el Che, vivió la aparición de una nueva época. Nuevas
revoluciones triunfaron en países que habían sido colonizados y neocolonizados
―en lo que ahora llamaban Tercer Mundo―, y los pusieron en el centro de la
actividad de liberación y anticapitalista. Surgieron nuevas identidades,
representaciones, ideas y demandas que implicaron a cientos de millones de
personas. La actuación política de los pobres y las clases subordinadas se
multiplicó, como alas radicales en muchos procesos y de manera autónoma en
otros. El mapa del globo terráqueo se pobló con numerosos nuevos países que
aprendían a hacer coordinaciones entre ellos y con organizaciones en lucha.
La nueva época exigía un pensamiento
propio que fuera capaz de liberarse de toda colonización y rompiera la
hegemonía del “Primer Mundo” sobre las ideas. Al mismo tiempo, necesitaba
asumir la propuesta marxiana de basar las ideas y la actuación sobre el
antagonismo entre burgueses y proletarios y no sobre negociaciones y arreglos
convenidos con las clases dominantes, ni sobre retornos ideales a supuestos
paraísos perdidos. Sus protagonistas podían contar, para las revoluciones
teóricas y prácticas, con la conversión maravillosa de la teoría en política
lograda por Lenin. Pero al trascender la pura acción, o ir más allá de las
grandes palabras, todo se volvía terriblemente difícil y era fácil
extraviarse. La aparente paradoja de ser ortodoxo y hereje al mismo
tiempo era, en realidad, el único camino. Es decir, asumir de manera crítica
―que es la sola manera de asumir realmente― y crear sin temor alguno a la
desmesura, el desafuero y el error, que es la única manera de crear.
Tenía que ser entonces un pensamiento
crítico sin concesión alguna: eso no era una opción. Y tenía que ser capaz de
ver hechos, procesos y potencialidades donde el ojo común o amaestrado no veía
nada, analizar las realidades con todo rigor y honestidad, pero sin
rendirse a ellas, utilizar el extraordinario acervo de ideas precedentes en vez
de ser utilizado por recetas o manipulaciones en nombre de ese acervo, romper
las prisiones del campo de los pensamientos posibles y entrar en territorios
nuevos no abiertos antes, enarbolar el papel decisivo de la voluntad y de la
praxis, indicar los caminos acertados y las conductas reclamadas por la
política y la moral, postular los instrumentos idóneos y fijar las metas
inmediatas y los fines irrenunciables. Profetizar, como ejercicio del juicio
que no teme alimentarse con la pasión y la convicción, y prefigurar a la
persona y la sociedad que deben forjarse en el horno de la revolución y de los
procesos de liberación.
Todo eso buscaba y todo eso realizó
Ernesto Che Guevara en “El socialismo y el hombre en Cuba”. Pero no escribió
este testimonio impar de su grandeza intelectual a título personal. Lo hizo en
nombre de la Revolución Cubana, como un llamado al mundo desde la primera
revolución socialista latinoamericana, una exposición de la naturaleza de la
opción de liberación plena que ya estaba al alcance del planeta en la segunda
mitad del siglo XX, la opción que reúne ―a l inicio extrañamente― la máxima
ambición humana con la cualidad de ser, al cabo, la única viable.
Y lo escribió para la Revolución Cubana.
El Che ha acompañado a Fidel, el máximo líder y guía político e ideológico del
proceso, a lo largo de la tormenta revolucionaria de nueve años de luchas y
creaciones, de vencer imposibles. Próximo a salir a pelear como d i rigente
cubano internacionalista, el Che escribe un texto que pueda servir a la
solución acertada de un problema fundamental: qué socialismo asumir, quiénes lo
crearán y cómo se crearán a sí mismos durante el proceso, cómo debe ser la
transición socialista, cómo se irán congeniando el poder y el proyecto, cómo
lograrán más fuerzas, cualidades superiores y desarrollos los seres humanos y
la sociedad que se interrelacionan. Hay que identificar bien las metas, los
instrumentos, las vías, la estrategia y las tácticas, los peligros y los
enemigos. Entre tantas batallas que libra a la vez, Cuba debe plantear bien, y
ganar, una contienda que se volverá decisiva: la naturaleza que debe tener la
sociedad de liberaciones que construye y el alcance de su proyecto de creación
de una nueva cultura que sea radicalmente diferente al capitalismo, y superior
a él.
La antigua separación entre un
socialismo cubano y uno partidario del movimiento comunista de orientación
soviética se había resuelto a través del triunfo del cubano, mediante la
insurrección victoriosa y la revolución socialista de liberación nacional. Pero
después de 1959 se configuraron diferentes posiciones respecto a la transición
socialista dentro del campo revolucionario que, aunque podían referirse a
aquellas dos tendencias básicas, en los años sesenta estaban mediadas por los
hechos, las situaciones complejas, los dilemas y las opciones que enfrentaba la
Revolución en el poder. Las polémicas de aquellos tiempos son una expresión
parcial de las contradicciones y los conflictos que se vivían; la libertad y la
ausencia de temores con que se libraron expresaban las potencias formidables
desatadas por un proceso que sabía que estaba obligado a ser intencionado y
creador, impulsor de la conciencia y el criterio, autocritico y expositor de
sus propias contradicciones y defectos, movilizador de voluntades y forjador de
consensos de hombres y mujeres revolucionados.
Pero esos debates hermosos no son
ejercicios de libertades secundarias para solaz de lectores “objetivos”
actuales. Contienen testimonios de encrucijadas que pueden resultar de vida o
muerte para un pueblo, elementos para la búsqueda de decisiones acertadas en un
proceso de liberación, repertorio de cuestiones cuya vigencia es permanente, y
constituyen una gran enseñanza que nos brinda nuestra historia.
Fidel debió asumir sobre todo las
funciones de dirigente supremo y de educador popular, y el Che, que desempeñó
un cúmulo de responsabilidades prácticas en numerosos terrenos, elaboró al
mismo tiempo, en aquellos años, una obra teórica que es el más importante
monumento intelectual de la Revolución en su primera etapa. Ambos estaban
forzados a ser polémicos, y lo fueron a cabalidad. Recordemos, solo para
ilustrar esa cuestión cardinal, que ellos sostuvieron que nuestra revolución
socialista no podía sujetarse a “etapas” que “cumplieran tareas”, lo que la
hubiera reducido a convenirse en un régimen intermedio de dominación. Que para
ser socialista y comunista en los países que habían sufrido el colonialismo y
el neocolonialismo era ineludible ir mucho más lejos que la mejor evolución:
había que subvertir, romper, crear, transformar profundamente a las personas,
sus relaciones, las instituciones y la sociedad, una y otra vez. Que, a
diferencia del pensamiento clásico y de la magna consigna de aquel momento,
había que hacer el social ismo primero, para desde él aspirar al desarrollo.
Que el socialismo es un puesto de mando sobre la economía: sostener que ella
“se dirige a sí misma” es una piedra miliar de la ideología del capitalismo.
Que hay que crear riquezas con la conciencia, no conciencia con las riquezas.
Desde hace varias décadas vengo
escribiendo y hablando sobre el Che, su específica concepción teórica y la gran
batalla intelectual que libró dentro del campo revolucionario, el entramado que
tejió entre la producción de ideas, la conducta, la actuación y la formación de
una cultura de liberación, las experiencias prácticas que condujo y aspectos
determinados de su vida y su obra. Esto incluye análisis circunstanciados de
“El socialismo y el hombre en Cuba”. No repetiré nada de ello en este texto,
por no alargarlo aún más, pero sobre todo porque nada puede sustituir el
estudio de este ensayo del Che. Constituye un gran acierto hacerlo reaparecer
en su cincuentenario, trayendo su luz inmensa al escenario problemático de la
Cuba actual.
Me permito sintetizar solamente una
aproximación general a su extraordinaria riqueza. “El socialismo y el hombre en
Cuba” es, desde el propio título, una exposición acabada de la dialéctica
necesaria para la creación del socialismo y el comunismo, que relaciona al
individuo ―“actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del
socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de una comunidad”―,
la masa, los dirigentes, la conciencia, la producción, el trabajo, la
educación, la coerción social, las relaciones mercantiles, el subdesarrollo,
los estímulos morales y materiales, la vanguardia, el Estado, las
instituciones, la comunidad, el arte, la juventud, el partido, el
revolucionario, el internacionalismo proletario. Y lo hace siempre en función
de la creación entre todos de un hombre nuevo, que deberá desarrollarse “por
métodos distintos a los convencionales”, y avanzar hacia “la última y más
importante ambición revolucionaria, que es ver al hombre liberado de su
enajenación”.
La ideología regida por las leyes
“objetivas” derivadas de “lo material” puede servir para fundamentar
instituciones y para obedecer orientaciones que no transgredan lo esencial del
orden existente, puede “enseñarles” a todos qué es lo correcto y qué no lo es.
Ella obliga al individuo, lo subordina a la necesidad; su función no es desatar
sus fuerzas ni sus iniciativas, ni alentarlo a saltar más allá del terreno
acotado. Es natural que para ella el ser humano no ocupe un lugar central. El
Che reclama que el factor subjetivo sea el dominante en toda la época histórica
de la transición socialista, y que en ella ocupe un lugar central el ser humano
en revolución y revolucionado por la práctica, que se cambia a sí mismo junto
con la sociedad, se realiza en la actividad revolucionaria y trasciende el
individualismo y el egoísmo al ejercer el trabajo, la organización, la lucha,
la solidaridad o los sacrificios.
La creación de otra realidad desde la
existente, sin lo cual no hay socialismo, tiene que incluir el espíritu
crítico, fomentar la independencia de los criterios y la capacidad de pensar y
valorar con cabeza propia, y aprender a distinguir los caminos, sus
implicaciones y sus resultados. A la par que participaba en el duro y hasta
agobiador trabajo cotidiano, el Che analizaba los graves peligros de copiar
mecánicamente y no ver los callejones sin salida del socialismo que llamaban
real, y se oponía al burocratismo, la inercia y la resignación a lo que existe.
Y logró ―al mismo tiempo― reflexionar sobre la circunstancia en curso, la actuación
inmediata y los métodos y fines mediatos, y teorizar acerca de los asuntos
fundamentales.
Este texto, y la obra entera del Che,
pueden ser de gran valor como instrumento para comprender las circunstancias y
los problemas actuales del mundo, plantear conductas acertadas y estrategias
viables frente a ellos, y combatir el formidable desarme ideológico al que han
sido sometidos los pueblos en las últimas décadas.
En cuanto a Cuba, envuelta en un proceso
y abocada a una coyuntura cuya conjunción puede tornarse decisiva para el gran
movimiento histórico iniciado aquí hace sesenta años, hay que decir que el
pensamiento del Che está como suspendido en una región brumosa, separado del
fervor que siguen despertando su actuación, su trayectoria y su ejemplo. Sintetizo
lo que podríamos recibir si asumimos todo el Che:
·
un referente ético-político general
socialista sin igual, fortalecido por su consecuencia y su ejemplo
imperecederos, por su caída heroica y por ser nuestro;
·
la confianza que hoy resulta vital, en
lo que sí es posible hacer y lograr para volverse superior a las
circunstancias;
·
las experiencias prácticas que puso en
,archa de la economía cubana, sus instrumentos e ideas, y su articulación con
su concepción general de las transformaciones revolucionarias de las personas,
las relaciones sociales y las instituciones:
·
un extraordinario instrumento teórico
―conceptos, preguntas, ideas, hipótesis, principios― y el método dialéctico
marxista que el Che utilizó en el análisis de las realidades, los conflictos y
los proyectos de Cuba, América Latina, y el Tercer Mundo;
·
una crítica revolucionaria marxista de
las realidades y las teorías del capitalismo y el socialismo;
·
un cuerpo de pensamiento idóneo para
realizar análisis concretos;
·
una de las fuerzas principales con que
contamos en el terreno, tan urgido de trabajo eficaz, de la formación política,
ideológica y cultural.
http://www.cubadebate.cu/opinion/2017/06/22/che-guevara-el-unico-hombre-practico/#boletin20170622
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