QUE NINGUNA MIRADA NOS SEA AJENA

A propósito de los fúnebres hechos de la ciudad de París, 

tenemos un momento telúrico de las relaciones internacionales. El tipo de conflagración que se expresaba en el Oriente Medio, se ha extendido a Europa y a todo el orbe; la situación implica una confluencia de disputas que se constituyen en la matriz de riesgo que el Papa Francisco ha venido caracterizando como una particular forma de escalamiento de una tercera guerra mundial; sin duda, el pontífice está enunciando ese riesgo como una forma de prudente prevención ante una saga de acontecimientos que escalan el sentido de agresividad, pugnacidad y belicismo en el mundo. Al respecto quisiéramos invitar a la lectora y/o lector a reflexionar sobre tres preguntas ¿Qué es lo que sucede tras los eventos fatídicos en París?, ¿Cómo se ha vivido en Colombia este riesgo de confrontación civilizatoria? y ¿cómo se ve su incidencia en los contextos de nación?


Alo París

Sobre el primer aspecto es obvio que tenemos tras los actos terroristas que dejan luto en Francia y en el mundo, un entramado de dilemas de orden religioso, ético, político, económico y militar. La existencia del Estado Islámico como se autodenomina el grupo autor de los atentados y que se sitúa entre Irak y Siria, tiene escasamente 4 años y su antecedente inmediato data de los inicios de siglo, en el grupo Al Qaeda; sin embargo, también conocemos que esta reciente formación bélica se enmarca en un contexto de confrontación más amplio, que en lo contemporáneo viene del desmonte del Imperio turco otomano a inicios del siglo XX y de la instrumentalización del Oriente Medio en función de los intereses coloniales, a partir de los cuales se estructuró la agenda de los países del occidente industrialista.

El Estado Islámico expresa una lucha compleja en la tentativa por ser nación basada en un único fundamento ético y político, gobernado por una lectura particular de la religión islámica; también es necesario reconocer que en la trastienda de los hechos recientes está la ocupación de los territorios durante décadas y por poderosas naciones con intereses económicos sobre un tercio de las reservas de gas y petróleo, razón por la cual desde el siglo XX hemos asistido a una fratricida lucha entre facciones y etnias, abierta e impulsada por los países industrializados que requieren de las reservas de combustible fósil. Persas, griegos, romanos, turcos, ingleses, franceses, norteamericanos han estado históricamente en empresas coloniales en estos territorios y sobre los pueblos árabes raizales que, sin embargo, no son un solo pueblo y una sola religión, son una gran diversidad de accidentes y de búsquedas de destino.  

En ese contexto, las justificaciones de la lucha por razones religiosas y culturales no se hacen esperar, y quizás en medio de la confrontación conviene entender que son parte de ello, pero también es necesario reconocer que las tinieblas de los intereses económicos asociados al control militar, las ideologías armamentistas son una parte fundamental que se apropia de las tensiones ético-culturales y religiosas de la población, para arrancar guerras santas que centralmente se sitúan en el campo de inviabilizar la existencia de pueblos. Mientras tanto el islam crece como religión ante las crisis de secularización en Europa y la confrontación civilizatoria, a fuerza de la persistencia del belicismo, se ha generalizado y toma un carácter crítico. Dicho en palabras simples las disputas sembradas en otras tierras y tiempos, ahora se expresan también en los espacios globales y la asimetría de las guerras se devuelve a los centros de poder.

Lastimosamente se cree ahora que la salida es militar, erradicar el Estado Islámico como existencia humana y como aspiración social, ejerciendo una tendencia al guerrerismo cerrado y a la ampliación de la conflagración en favor de Occidente, cuando de lo que se trata es de hacer balances históricos, de situarnos en una perspectiva de paz en el mundo y de la transformación de los modelos de ser humanidad, sociedad, nación.

El testimonio de humanidad implica apropiar las diferencias culturales, aprender a vivir la fe de las diversas religiosidades en el marco de una pregunta profunda por la existencia común, que sea fundamento de la convivencia social y de la unidad de las naciones, para construir un orden de paz y no para atacarnos unos a otros. 

Salir de la guerra contra el terrorismo inaugurada el 11 de septiembre del 2001, para entender que por la vía del belicismo solo se va agravando la situación década y media después, debería ser la alternativa, que por supuesto no se avizora. Al parecer vamos en sentido contrario de un hermanamiento humano y de una fraternidad entre culturas y naciones, lo cual debe ser reflexionado desde el punto de vista ético, religioso y político, transformando los móviles convencionales de la economía política y del belicismo hacia una reconversión humana.

Alo Colombia.

Por otro lado, emerge la pregunta por el impacto en el contexto colombiano. Llama la atención que una primera reacción fue el poner la bandera promocionada por Google personal; muchos sentimos que con París se ataca un ideal ético, estético y político valido para nuestra experiencia humana. En seguida se vino la crítica al hecho de que no se miren las muertes sucesivas en Siria, Irak, y el Medio Oriente en general, causadas en décadas por la lógica imperial de las principales naciones del mundo, a ello sobrevino una segunda crítica más aguda sobre el hecho de que haya un cuestionamiento cosmopolita, pero que eso no se exprese en el campo nacional. Como si la ciudadanía y la opinión fueran a lo lejos, pero no se aplicaran como solidaridad inmediata en la co-creación del mundo cercano.

En el fondo las tres sucesivas posiciones no tienen por qué ser contradictorias: Ciertamente es importante rechazar lo que ha pasado en París por inhumano y deshumanizante, es cuestionable la historia reciente del Mediano Oriente en la cual se ha expresado un colonialismo moderno agenciado por la voracidad de las naciones más poderosas; y también es importante reconocer que mientras el mundo bulle, en Colombia se requiere de más compromiso de la ciudadanía para vivir la necesaria experiencia de zafarnos de la guerra y la violencia como método cotidiano. En síntesis, es importante que la mirada a estos graves hechos que marcan hoy el reloj de humanidad, podamos situarlos en la búsqueda de la paz con justicia y respecto a la dignidad humana aquí y allá, que no nos sea ajena ninguna mirada y esfuerzo.

http://observatoriorealidades.arquidiocesiscali.org/semanarios/que-ninguna-mirada-nos-sea-ajena.html

Observatorio de Realidades Sociales



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